Desnudos

Estamos porque hemos venido, parece
una idiotez
lo que digo, pero digo
estamos porque hemos venido, y ya es mucho
que los jirones que nos hemos dejado en el tiempo, en
los bares (llorando), en los espejos del día después
(temblando), en el río
en que nos bañamos, y el vino
que esperaba a la salida, o el frío
de las largas noches en vela, que calaba
hasta los huesos; la hiel
y el cansancio, no han sido
suficientes
para que no vengamos
a este día.
Venimos, y acatamos la sentencia
del tiempo que nos queda
mirando
al futuro,
con esperanza y con decencia,
desnudos.
Desnudos, como nacimos.

deshojar el tiempo en cenizas y esperanza

Yo quisiera comprender esa poesía:
los meandros del río que dibujas cuando andas.
Los pasos que constituirán tu vida
no obedecerán a una biografía, ni un destino; por mucho
que lo prometan los silencios y las sombras.
Como el ancho desierto que atravieso cada día
a ciegas:
clavo
mis ojos en un pensamiento firme:
¿Qué constituye los cimientos
de la vida?
… siempre está la culpa
que me canta al oído mi desdicha
gris, intrascendente: como el mudo grito ahogado
de los muertos y los nudos vegetales de sus huesos:
osamentas que desfilan en vano por los aledaños del olvido…
y un río que me quema:
estela
de tus aguas:
y mi naufragio.
Todo se funde en el ocaso
(me he perdido cien veces huyendo de la noche hacia la aurora…)
Después
nada,
siquiera
el vibrar de mi garganta (contengo
el aliento con angustia)
Nada, nada, nada, nada:
los cuatro puntos cardinales de este cuerpo.
Baja, te espero,
donde dios sueña el sueño de los hombres
donde los espejos no reflejan imagen alguna
donde el amor escapó por vez primera
de las sombras
y vio la luz:
y la luz penetró las aguas:
claridades efímeras; sólo eso… sólo eso…
el resto
palabras.
Entro
entro en ti
como la luz en la noche destruyendo lo sabido:
certeza de la carne y su nado a contramuerte:
deshojar el tiempo en cenizas y esperanza.

… matando el tiempo hasta que el tiempo me mate …

Detalles y matices esperan durmiendo
tras la piel: siempre,
con la persistencia del pan
que se amasa
día tras día; siempre (hoy nevará en el infierno,
y las placentas de las madres envolverán el frío primero;
seres que desde la sombra la luz alcanzan: ilusiones:
la vejez se lleva en la sangre: sin vela
no hay noche)
Siempre el soliloquio ante el espejo o la estampida
si el cristal contradice mis palabras:
Siempre
matando el tiempo hasta que el tiempo me mate.
Siempre,
siempre vuelve la primavera tras la imperiosa llamada del amor
y la luz se adentra por mis ojos
hasta que miren y crean, o por lo menos
recuerden
por qué enfermaron… A veces
me veo en el espejo, junto a mí,
diciéndome al oído: eres
la vieja guardia, y sabes
cómo matar el tiempo hasta que el tiempo te mate.

Abro los ojos a la hora en que la noche se marcha a casa
y quedo solo ante el espejo.

Otro mañana que es hoy: la sustancia
sobre la que se edifican los anhelos.

hacia el pan de mediodía…

Volaré
hacia el pan del mediodía
y en las comisuras de los labios
un sabor a ti…
La destreza de las horas bajando
el sol hacia el horizonte, haciendo
las sombras más alargadas sobre las aceras de la calle:
la tarde se llenará de zancadas alargadas y pasos hacia la nada
que conducen a una casa
vacía.
Volarán
las sombras hacia la noche para hacerla más oscura
confundiendo los caminos de las criaturas de Dios
para que el pan de cada día sólo sea
la tortura repetida de un recuerdo sin objeto:
un bosquejo borroso en la nebulosa de mi frente.
Echo de menos
un camino de vuelta a la alegría
la sonrisa reflejada en una botella de vino
los duendes de la locura revoloteando
por mi lengua
al hacerte promesas que nunca cumpliré.

con la seriedad del payaso que envejece de golpe…

Las nubes se visten de piedra
con la seriedad del payaso que envejece de golpe
las solitarias calles pintadas de tiza
miran el cielo
y rehúsan la luz huidiza que queda y aun así
todo lo impregna

Pasan los días como trenes mudos por estaciones de piedra
como hombres de piedra en estaciones mudas
sosteniendo un billete hacia la nada

El decorado del mundo se resquebraja
ante la mirada ausente de un busto de piedra
queda un segundo horizonte de piedras mudas
en el instante en que se comprende
que la mitad de la vida se ha ido
levantar la vista y sentir el vértigo

Pende un reloj del cielo
donde el tiempo transcurre rápido
donde el tiempo parece frío
hay un corazón de piedra en mi pecho helado
sostengo un billete hacia la nada

Evito como puedo
la resaca de las horas
el carmín apagado de un atardecer que hoy
no es visible
el ladrido de un perro que divide el tiempo en dos
y el gato que se aparta de mi camino en el instante que paso
y que queda en tierra de nadie: en tiempo de nadie

Los coches aparcados en la calle atestiguan
que llego a casa con la cara violácea del cadáver
lo juran y perjuran por los ídolos los dioses solitarios los altos campanarios donde
el tañido de las campanas
recuerda
que nada no nos protege
ni a mí ni a ti ni a las pequeñas cosas
baila el silencio en la garganta
las nubes se entumecen en el cielo
por el olor cortante
a ceniza
siento la mordedura de unos dientes invisibles
el grito de una garganta que alguien olvidó en la calle
la soledad que pesa en mis párpados
los pasos indecisos que me llevan a casa donde
¡sólo tengo unos versos por trinchera!

El hombre del saco

Los mares de la calma en que habita la esperanza
los ojos que miran fijamente la luz de las cosas
la espera que marca y te transforma en otro
cuando las manos entumecidas se tornan en un puño.

Se resisten las voces a quedar calladas en el abismo
sólo claudican los malos amantes en la noche oscura
y vuelven los ídolos en sus pedestales a ser sólo ídolos
y los dioses vagan por el Olimpo ociosos, sin gracia.

Vuelve tu boca a pronunciar ese nombre ante el espejo
y las formas y los colores, todos evocan tu cuerpo,
baten las alas las aves a lo lejos, en el horizonte,
mientras la nube pasa con su nariz de payaso
para quedarse inmóvil una fracción de segundo:

Quizás eso sea la eternidad, algo más mundana
de lo que nos contaron.
Quizás el tiempo no cese, sólo nuestros ojos
que ávidos de calma inventan el instante
en que todo llega y nada pasa de largo.

Quizás, ahora, en mi cama tumbado,
el espacio y el tiempo sólo sean la mortal mentira
con la que con forma de hombre del saco
me enseñaron a tener miedo del hombre y la alegría.

Otoño en familia

 

Caigo como una hoja en el vasto otoño
las tonalidades languidecen
y pesan detrás de los párpados:
Tantas
    tantas imágenes mortecinas
roen los tuétanos de mi osamenta
como el tiempo invisible que deshace una pieza de música.

Las mieles de su entrepierna
    cuántas vidas para olvidarlas.

Acaso cae una nota de la noche
las pesadillas son anecdóticas – sintomáticas -: perros
abriéndome el cuello
buscando la palabra que me redima (recorre
un escalofrío las sombras hasta morir en mi espalda);
un soldado nazi en un tranvía – bancos de madera -:
lo asalta la belleza y tira su pistola: y llora
y despierto llorando.

Busco un sendero en la ceniza
que me lleve a la mañana
y ahí está mi familia para abrazarme
para decirme
    sin decir nada
        todo pasa.

Burbujas

Pesa la mañana tras los párpados.
Casi a tientas – pájaros de ayer
arañan el cristal de la ventana;
¿o sus trinos? -. Solo,
traslúcido y pastoso
– apenas una sombra inanimada -.
Una vieja camisa, unos vaqueros,
una cazadora azul que sabe de memoria
el camino
al trabajo;
dan cierta forma humana
a este error de nacimiento.
Inspiro, aguato el aire
en el pecho
me sumerjo en el día y sus consecuencias.
A veces veo burbujas
que acarician, cuando suben,
mis mejillas: dicen
que hablo.

Podrías…

Podrías ser la ventana entreabierta
en la que han muerto tantos veranos
un perro que lame las heridas
de una roca que hiere el horizonte
un domingo cansado de andar
la semana con los pies llagados
el plumero que le salió a la vecina
un poco más allá de los dedos
cuatro paredes que recogen la luz
de una lámpara que cuelga y siente
el vértigo de la existencia; o un río
que erosiona la vida con diplomacia
que convierte la noche en alba
como un mago que confunde al prójimo
la ley del silencio en la casa
de un predicado que mira ausente.
Podrías ser la ventana entreabierta
por la que se deslizó la noche
y durmió a mi lado: o un poema
que ayuda a cambiar de estación
de piel de sangre de ideas
viejas como mis penas, o
una hoja que se equivoca de otoño
y traza, en su caída, la silueta
de alguien que amé
una tarde que me equivoqué de vida.
La melodía que olvidé
en los aledaños de tu vestido
un casa tallada en piedra
un sueño durmiendo en la acera
la arena tostándose al sol
en una playa de nudistas
flores desnudas temblando
en el tallo de una caricia
un rayo que cae del cielo
y arranca cientos de aplausos
el lenguaje que hay oculto
en el zumbido de no sé qué insecto.
Podrías ser tantas cosas…
y todas son la misma: el lento transcurrir del tiempo
con que se llenan siempre los días.

Muebles

A lo lejos
quedan a lo lejos habitaciones
vacías puertas cerradas palabras – ecos –
golpeando una y otra vez portalámparas jarrones
cisnes de cristal jarrones con forma
de cisnes
preguntas que quedaron en el aire. Muebles negros
bajo una fina capa de polvo o de tiempo
que mira por las ventanas
la maleza que crece y queda en suspenso.
Y duermo y despierto y duermo y despierto
y en el sueño del día y de la noche
un silencio estridente arde y amenaza
la calle
    con entrar por los cristales
el trino de los pájaros
    con insultarme
el espejo
    con escupirme.
Vuelvo sobre mis pasos por entre los muebles
del otoñó (quizás de otra casa pero
el mismo polvo)
con el miedo de tropezar con algún muerto
o alguna tumba cavada en el suelo;
y a tientas, entre olor a vinagre,
salgo a la calle: septiembre y carcoma y octubre con sábados inmóviles (años iguales
por venir entre la niebla de los años).
La ceremonia del viento enroscado
en la tarde
me trastoca:
Pienso en los juegos de palabras y la magia
que subía por la senda de tu cuello hasta tu boca.
Pienso que basta con cerrar los ojos para estar solo.
Vuelvo adentro de cualquier casa – de la misma
casa -, y
como siempre, ebrio de tiempo que me sobra,
mis dedos dibujan formas irreconocibles en el polvo de los muebles:
mesas y sillas pensando sillas y mesas; y una alfombra:
huellas de juegos infantiles: añoranza.
Pienso en la calidez de la carne, en el aliento alcohólico de los cobardes rompiendo
los muebles al llegar a casa, en las lágrimas que llenan la noche
y el alba (podríamos escribir en círculo
hasta comprender el odio atropellando los pasos
del odio).
Habría ido a buscarte
más allá de la música
más allá de la forma
más allá de la memoria: entre los coches mal aparcados y la ceniza
de las hojas de los árboles de ceniza
y de la lluvia que limpia
la tarde y el olvido
    y de la luz que todo lo ciega…
        cualquier amor sin nombre
            cualquier habitación vacía.
Podría haber perseguido mi sombra
por las paredes de las casas por los adoquines
de la calle. Podría haber perseguido mi sombra
entre gemidos de los rostros que dicen que tuve;
y mi verso en la piel traslúcida de los muertos
o en las tapias de los huertos que rodeaban mi pueblo…
El corazón sigue latiendo y es todo lo que tengo.
Todo lo demás es la soledad asomándose a una ventana entreabierta.
Así es la vida: las huellas que deja el tiempo
en la carne, las huellas
que deja el amor en los labios
de nadie.

Naipes

Me derramo por las calles como huída del presente
y la tarde y las nubes de la tarde encienden un latido
llego a casa y los dominios del blanco
papel
esperan
que las larvas que la muerte posó en mi lengua
– las cadenas del silencio, la arcilla con que el tiempo
esculpe mi indolencia -; estallen en palabras
y sólo quede un hombre soñando el sueño
de los hombres:
el telúrico rugir del universo
el pálpito esdrújulo de la sangre por la carne
galopando…

Yo, que he conocido
las llagas hirviendo en la lengua del caballo
la propiedad sin cercas
la distancia entre dos lágrimas
la canción de la derrota de las hojas amarillas
hacia el mundo
goteando…

Yo, que siempre he acabado en mí mismo,
hoy empiezo otra partida – y me río de los naipes
que dicen que repartió el destino -,
sobre este papel
en blanco.

Zapatillas de casa

De mañana
el claroscuro deshace los sueños
la memoria nos sitúa en el raíl de la existencia
de nuevo
bajo una piel ya vieja.
Al pie de la cama: zapatillas de casa,
mirando a ras de suelo hasta ese momento,
ven cómo los fantasmas infantiles se funden con el dibujo del suelo
y desaparecen.
Huimos hacia delante con cara de adultos impasibles
aunque a veces
un frío se encarama a nuestra espalda
y la memoria del olvido golpea en nuestras sienes
quebrando la dovela del arco de la frente
que sostenía toda entereza:
por un momento nos asedia la tristeza.
Un leve suspiro, y seguimos
sacudiéndonos las dudas; afianzando un personaje,
huyendo hacia delante con gesto resuelto – hasta arrogante -;
hundiendo nuestra vista en la tinta de la prensa…
en cada nota de la realidad que nos distrae:

pero los fantasmas
bajo la cama
esperan.

Raíces

        Un día pensé
entrar en un poema con una bala entre los dientes,
    mordiéndola, para resistir
el tormento del asfalto reclamando la suela
cabizbaja de mis zapatos – los pasos en la desgana
        de una calle cualquiera
en la hora de la recogida selectiva de desgracias -,
las ojeras de una vida en círculo, el suspiro
que por repetición se ha grabado en el espejo: mañana
        seré otro.

        ¿Oís
cómo acecha el otoño desde no sé qué cielo con el tesón de los héroes
o los mendigos las tardes de lluvia?

¡Y no estás
        y así es el futuro!
Alguien debe cuidar con mucha ternura
este deseo que, como hoy,
        me doblega:
Desvalido levanto la mirada
ante mi propia herida:
soy: una vela que se consume
al abrigo de tu luz
        y mi mentira…
y quizás, yo, así, con un reloj en la garganta (como siempre y como
nunca: dos únicas horas en una esfera macilenta)
te encuentre sentada en un vértice del otoño
con las piernas cruzadas esperando un recuerdo
que ya es ceniza (Oíd: ceniza: raíces
        y ceniza)

Entrelíneas…

Aquí, un hombre
leyendo entrelíneas el horizonte que se desvanece:
vetusta alianza del día hacia la noche, entreacto
en definitiva, donde
sólo el trino de los pájaros
– y el ladrido de algún perro –
sacuden el silencio de las rocas,
como la próxima mañana en la que de rocío
el tiempo antiguo habrá cubierto el mundo, crepitando
los pasos anónimos por la hierba humedecida.

Aquí, un hombre
muere un poco cada tarde; mas
se hinchen
sus ojos – abiertos,
siempre abiertos, como sus oídos,
como su pecho… –
de paisaje de silencio y de mundo.

Aquí, un hombre
caduco, imperfecto.

Aquí, un hombre
alegre, sereno.

Gotelé

Lanza un grito desde la suela de los zapatos
a la altura de su boca una mueca se deshilacha
vuelve a su soledad con el rabo entre las piernas
pensando en el fuego de sus antepasados.
Repasando el gotelé de su cuarto de niño de memoria
le cae el techo  encima como un lunes traicionero
sacude el polvo de su flequillo adolescente
asomándose  a un seto de voces de otros jóvenes sin rostro
– ¡a fulanica me la follaría! -.
Pasa las horas y los años entre sueños, labios torcidos de desgana,
música que se ahoga en primeros calimochos…
y pesadillas:
Está dentro de un tambor: uñas y estridencias.
Añora lo que nunca tuvo, deserta de su rostro:
veinte lágrimas salen de sus ojos, derrapan justo antes de colisionar con la barba,
y se avergüenzan.
¡Tres dos uno: despierta! (le dice el café cada mañana)
Y no pasa nada.
Nada por el mar de la memoria:
Naufraga vomita maldice… ¡Nada! Grita
nada… grita grita grita – a veces para adentro:
acidez, más labios torcidos, un esguince en las pestañas y dos padrastros irreversibles -.
Cada noche le dice al despertador que lo llame a las siete
deja un lámpara encendida: luz tenue.
Notas para no perderse en el día siguiente.
Y busca en el gotelé la estela de su vida.

Consuelo

Nada
nada encontrará la muerte cuando se pose en mis ojos
cuando los párpados caigan ciegos sobre ese día inhábil
cuando el telón festeje que no queda nadie
sobre el escenario; y el aire se pierda en la niebla
y la niebla en frío inapelable.

Nada
nada más que simas abiertas en mi carne,
labios violáceos, gesto de ausencia,
tiempo helado en mis venas ahogándose,
últimas esquirlas de luz
de sueños desangrándose.

Nada
nada encontrará en mi pecho
sólo larvas de miedo
carroñeras de gris plumaje
parásitos innombrables
que ya habían empezado a matarme.

No pienses que me ahogo en detalles trascendentes
que me pierdo en no sé qué luces de que otros hablan;
que la vida ha dado vueltas, no la muerte
que cierra su canción con un llanto de tristeza.
¡Mas dondequiera brota de la nada otro llanto de esperanza
el de algún niño que a vivir empieza!

Diciembre

Los mástiles de antenas hieren la noche,
los tejados helados, con su frente,
sostienen estrellas y sueños.
Avanza una pequeña nube hasta privar de luz lo que queda de mundo.

Diciembre queda suspendido entre las sienes
de esa persona que alguna vez nos dijo algo importante
mientras mirábamos el móvil con el rabillo del ojo.

Todo es quietud,
y en el silencio,
se puede oír cómo crecen las uñas,
cómo resbala la inmundicia debajo de las tapas del alcantarillado,
cómo laten los corazones bajo el pecho de la gente dormida
– al unísono –,
rogándole, inconscientes, a Dios, que el mundo sea un poco más cálido:
ese ahuecar las manos y echar el vaho dentro.

Dios estará en el trino de los pájaros
que aún quedan en invierno,
en el primer rayo de sol que quiebra soledades:
en todo lo que obviaremos cuando,
al despertar,
sólo nos importe nuestro rostro ante el espejo.

Latidos

Diástole

…esparciéndose, como un metal fundido,
albergando formas rotas, huyendo
del redil del orden…

Perlada la frente del ímpetu:
la savia que explota en sus oídos sordos;
o el horizonte, que de un zarpazo,
robó a la tarde.

Sístole

Todo acude a su centro:
a la llamada del nombre;
al monólogo
que la ira
petrificó ante sus ojos:
el vacío con que el silencio
llenaría su vida – después del entreacto -:
la infinita libertad que trajo
– para siempre –
un no
pronunciado con el gesto serio
y frío
como esa tarde de diciembre.

Hambre de ti en noviembre idealizado

Noviembre se marcha
con piedras desnudas y cristales
empañados;
con la savia petrificada
y las hojas amarillas de desidia;
con lápidas
cubiertas de un rocío
que bien pudiera ser
hijastro de la escarcha;
con escuetas sonrisas
acomodadas en bufandas:
desdén en las miradas
de los ojos llorosos y desnudos
en los tan abrigados rostros;
pasos presurosos que parece
que niegan un saludo
al despuntar la mañana.
La herrumbre de siempre
húmeda como nunca.
El derrumbe de las tardes
desplomándose en la noche
sin que nadie
tome nota.

Noviembre sin ti sin mí sin nadie
noviembre en la mesa, junto
al pan de la derrota…

Sin ti si mí sin nadie…

Y se cava un pozo en mi estómago
que alimenta la tristeza…
y que confundo con el hambre.

Ahí, donde te digo…

El desenfreno etílico de las sombras
los ademanes amables de la mentira
la crueldad del tatuaje pérfido que pasa
a la sangre, y se bifurca
por la carne.
El Apocalipsis de las ojeras
los dedos de las manos chasqueando
la locura.
El trigo de las pesadillas
las estelas de estaño con que hieren el cielo
los cóndores de aluminio tan grisáceos…
Vendavales en sobres amarillos pálidos
y remite en los vericuetos del olvido
junto a un sobrero azul de fieltro…
El brotar del sudor de la tinta,
antes, sólo sueño, sobre el calendario.

La materia derruida, la luz
entrecortada, la crisálida del otoño
hacia el cáliz estéril del invierno…

La primavera que explota en las conciencias:

el mundo que descansa sobre un tallo;
entonces libaría los aromas inconfesables
y me enredaría en los sonidos de la muerte
buscando a dios
en tus labios.

Ahí, donde te digo,
se contradicen las distancias
y todos los tiempos son el mismo:
un escenario sin máscaras
sólo calor de cuerpos desnudos:
la canícula eterna y primera
de las palabras…

Devenir

Los pensamientos se engastarán en la noche,
la soledad y sus máscaras
multiplicarán los cuerpos.
Entre las ramas entrelazadas de los árboles
caerá, como una ola furiosa sobre sí misma,
la luna hecha añicos
– como el cristal que pasaremos media vida reconstruyendo:
en la primera mitad, lo rompimos -.

La amarra, el camino, el espejo:
el rostro que envejece al reflejarse.
La piedra, el retrato, el viento:
el velero al que mece el oleaje.
La pintura, el muelle, la calle:
el devenir del asfalto infame.

Luego, después de ahora – en verdad:
nunca, siempre… quién sabe -,
en la transparencia que guía los pasos de los ciegos
estarás tú siendo igual y distinta,
volviendo una y mil veces sobre ti misma…

y tan sólo serás – al zumbido de la luz sobre mi rostro –
la cicatriz que el tiempo deje en mi retina.

Cálculo de otoño

Y así,
mientras el lápiz empuña la vida,
el quince de septiembre se cuela por la ventana
– no hay postigos que al tiempo detengan –
y mis ojos se preparan
para un otoño breve
– eso ansían, eso quieren -.

En el próximo otoño – dicen -,
los perfumes familiares atravesarán las sienes;
conocer la pulpa de todos los frutos
será ir extinguiéndose sobre un mismo;
y ya,
cuando la luna mengüe
y casi desaparezca la luz
en la noche
y se confundan todas las brújulas;
entonces
sólo quedarán las encuestas,
los datos
y sus extrapolaciones
de lo que hacíamos y sentíamos en verano
estirándolo más allá del equinoccio;
y como el buen matemático
que quisimos ser
las daremos por buenas.

Yo digo que es mentira
que cada hoja amarilla
levantará de la piel de la tierra
una nota de música irrepetible.

…ese mismo camino.

Me he acostumbrado
a pasar página
con la frialdad de un glaciar,
con las venas de mi cuello y mi frente
llenas de ira helada.

Luego, sobrevenida,
la culpa cabalga por ellas…
viene, directa, de los dígitos verdes de un radio-despertador
que me hacen saber que aún estoy despierto.

En esas noches de insomnio
me balanceo en la resaca del mar de la nada
que vivo como un todo;
y la necedad, – y quién sabe
si la mala conciencia -,
sostienen mis párpados:
y mis ojos se secan
y me hundo en un pasado
que repaso como el cajero de un banco
cuenta por segunda vez
el mismo fajo de billetes.

A esas horas, la luz
de la luna
castiga las catedrales y los adoquines
que han soportado el paso de tantos hombres…
les recuerda su vejez
y su decrepitud.

Intuyo que empiezo a andar ese mismo camino.

El primer día del resto de mi vida

A las cinco de la tarde
tomé por primera vez conciencia
de que el sol
estaba fuera.
La luz resbalaba por el cielo
dándole una tonalidad más viva
a los seres y objetos de la tierra.

Sentí una verguenza
que colgaba de la diéresis que mis cejas,
arqueadas de asombro,
dibujaban.
Sentí que toda entereza alguna vez quiebra.
No sé si lo que pasó por detrás de mis ojos
era una nube de lágrimas, muy densa:
pretérita.
Lo desconozco.

Es posible que ese sudor de la culpa, la ternura o la inocencia,
una las partes dispersas
en un todo entrelazado;
y así, el mundo se desvele, si no
más bello,
al menos más humano.

¡Qué placer sería
– y digo sería –
que mi ser se desbordara
de lágrimas,
y oler por vez primera
la esencia de los cuerpos y los sueños
con un alma enteramente humana!

Sin título (1)

Porque mi esperanza fue tal
– en aquel momento –
que los niños que jugaban en la acera
volvieron su vista al unísono,
¿Quién será aquel esperpento?
– pensaron
con palabras que por la edad
aún no les correspondían -.

Yo no voy a hablaros
de lo que sentí después,
porque
cuando se mira al pasado
– los años, unas cuantas horas –
de las sensaciones y los sentimientos,
todo es mentira:
juraría que el tiempo
siempre nubla la mirada.

Os voy a hablar de lo que hice
con tamaña esperanza:
nada.

Buscándote

Algún día me encontrarás borracho por los bares,
cabizbajo, con un sabor metálico en la garganta,
apoyado en la barra mugrienta de la derrota;
y no será a ti a quien busque.

Secuestrando los olores de mis congéneres
y el calor humano que olvidan
cuando pasan.  Alguno
me dirá que estoy vivo, y que
con eso basta; entreabriré la boca, libando
la poesía en el aire; esquivando
las serpientes que cuelgan del techo, de camino
a la calle.

De camino a un sueño en que siga buscándote
sin ser a ti a quien busque.
Espero… y ya conozco
todos los tic tac de la tardanza; sé
del último pensamiento de las moscas:
revolotear por todo tu cuerpo y que me apartes
con desprecio…

Merodeará la vergüenza por el marco
del espejo
que me mire de madrugada; antesala
de las horas que pase buscándote
en mis sábanas.

Y no será a ti a quien busque.
Y no será a ti a quien busque.

Algún día encontraré tus ojos y miraré por ellos
el mundo.
Quizás comprenda,
entonces, que la única poesía
es saber vivir con uno a cuestas; y,
así, sin castigos – ni tuyo ni mío -,
seguir buscándote.

Sueño

Así pasó la noche,
soñando apresuradamente con despertar
y soñar el día;
desdeñando realidades y vilezas,
creando un mundo y un lenguaje:
un código con que circundar la vida,
y unos labios humedecidos de fatiga
de nombrarlo:
de tallar, a fuerza de voces, sus diminutos detalles
en el granito de la memoria
para saber que existimos.

Un hombre solo y una mujer sola
con la extraña sensación
de que la sangre sigue su curso, a embestidas,
bajo el légamo de la piel – donde el orfebre del ocaso
nos dio el verbo y nos arrojó a la tierra -,
sin tener en cuenta el témpano de hielo tras la retina
y el remanso en el corazón de unas leves ascuas ardiendo,
del que sueña
despierto.

Todo para que tal vez, como está escrito,
el tiempo torne verdadero al escaparse entre los dedos
incendiando los engranajes del olvido;
y que el recuerdo de cualquier día
se vaya cubriendo de polvo y telas de araña
como los muebles de una casa abandonada,
como el que se abandona al sueño
y – quién sabe -, a la vida:
al lento transcurrir de los años que cierra las heridas.

Pesimismo sin puntuación

    Tú vienes
de la tierra de la miel y las estrellas
de la pátina y la sombra sobre el tiempo
de los árboles carcomidos y el errante
    cielo
que acoge las heridas de las pérdidas
la melancólica luz sobre los campos

    Tú vas
hacía el cúmulo de nombres y de rostros
por el vasto mar de las pisadas
por el numerario bosque de lápidas esdrújulas
por el aluvión de las cenizas de la infancia
    que quiebran en domingo y en mayo
y en bisiesto
y en el frío más solitario

    Y mientras
con la cólera del exilio de las lágrimas
con los ojos rojos de
no
dar
crédito
del despotismo del dolor
con que alguien dispara
al pecho
de un recuerdo
de un solo recuerdo
    limpio
enmarcado en madera pobre y sabia
en el salón de cualquier casa
sabes
que algún día
    todo será
la forma caprichosa que tenga el olvido
en el fondo del mar de los ojos del que mira
    nada

… en Babia (Babia la llaman) …

Porque quizás sólo sea eso…

Ya sabes, estás
hablando – ¿te has fijado alguna vez
en el color de las palabras? -: del paso del tiempo,
de los ojos que te miraron, una sola vez en la vida, sin miedo;
fruslerías con las que has construido un discurso:
un edificio que siempre empiezas por el tejado
y, lógicamente, se tambalea… sin embargo
no importa: son almas amigas las que cierran el círculo
(en medio hay unos cubitos derritiéndose; unos vasos
exudando su pasado); y todo
está perdonado de antemano. Luego
otro – al que el hilo de tus palabras ha rozado la mejilla -,
da un respingo y edifica otro castillo en el aire
que también oscila sobre el terreno movedizo
de cualquier
noche de verano…

Nada, nada te ata.

Incluso puedes elegir el silencio, o
sisear una melodía imaginaria que sólo existe en ti
y que se enrosca al origen de tu ser – ¿qué será
eso? -. Te quedas
en Babia (Babia la llaman); en un
bucle de instantes que hacían pompas con chicles
de sabores siderales (aunque jurarías que eran de fresa).

La libertad debe estar enfundada en nuestra piel;
dentro, bien adentro. Es saberse en paz (más
o menos), en discutir, a veces, con otro que vive contigo
bajo tu mismo pellejo,
y un tercero que da fe del enfrentamiento.

Universos, universos…
cuando estoy en paz llenaría de silencio universos
enteros… cuando estoy en guerra
contra mí mismo, de palabras y de gritos y de lágrimas
henchiría el cielo…  quemaría el viento:
mi Babia particular: donde
estoy yo, conmigo, con mi otro yo… a veces, cientos…

Porque quizás
la libertad sólo sea eso…
Una cosa diminuta, casi invisible…
Quizás la libertad no sea tal sólo al practicarla
sino tan sólo el saber que está disponible:
agazapada, afilando las uñas aceradas
con que vaciar las cuencas de los ojos
al que viene a venderte una guerra que no es tuya.

Hay quien tiene bastante con gritarse a sí mismo.

olvidado en el insomnio de tu nombre…

Cuando
te falte la claridad en la antesala de la noche
pero aún estés a tiempo
de descorrer humo neblinas y mares;

cuando
tus lágrimas corran sin tristeza, sólo heridas,
por la piel aletargada de los labios en silencio
y quemada por astros taciturnos y somnolientos;

cuando
quieras coger todos los trenes
y dispersarte y extenderse – despacio –
por los límites de la memoria del asombro;

cuando
el vértigo nazca de las sombras
de copas de ceniza y cristales ciegos
hasta techar el cielo del cielo… de tu boca;

cuando
abras tu cuaderno polvoriento y no recuerdes
el número y la excusa que había en tus ojos…
y sonrías;

entonces
sabrás – sólo entonces –
que has tropezado con mi cuerpo
que tengo la costumbre de ir dejando
moribundo, por el suelo,
olvidado en el insomnio de tu nombre…
sin saberlo.

29 de junio.

¿Te ha pasado alguna vez, camarada,
que después de una siesta de una tarde
infernal de finales de junio,
te despiertas
con el sabor del desierto en tu garganta;
y sin saber por qué
acuden a tu mente cosas tales
como
la libertad – dibujada en una escena
de hombres que resisten una tormenta de horas
sintiendo la rabia:
lo ves en sus bocas entreabiertas -;
la belleza – proporciones… esculturas
que sólo existen en tus ojos -;
el miedo que sentimos ante la muerte…
y entonces
como un sonámbulo embebido  de Historia,
llegas donde siempre
y te ponen un café
que esa tarde
está perfecto;
y caes en la cuenta
de cuántas
veces
nos hemos perdido las cosas pequeñas
por andar pensando en ideas demasiado grandes?

A mí sí,
esta tarde.

…más o menos nada…

He rumiado el cansancio
en silencio
de madrugada
camino a una casa
llena
de fantasmas:
Trazas de seres, que acaso,
alguna vez me quisieron:
que alguna vez yo quise…
Todos miran
al encender yo la luz – a la entrada -,
la tristeza que se dibuja en mi rostro.
¡Voy a soñar, y a olvidaros!
Pero sueño con ellos
y ellas; y tal vez,
al día siguiente – pensando yo en un «ya
ha pasado» – aún oigo sus voces
– demasiado vivas –
dentro de mí, a modo
de una conciencia, que de extraña
he hecho mía.
Más difuso cada día
quedo.
Intento construir un pacto,
una tregua,
con ellos, y
ellas; pero resulta
que incluso
– unas pocas veces, eso sí –
llegan a hablar por mi garganta.
Entonces salgo
de casa, con el sol ya fuera,
y no encuentro mi sombra
en el suelo, o en la pared,
– o donde corresponda -;
y caigo en la cuenta
que sólo soy el fantasma
de lo que queda:
más o menos nada.

No sé cómo llamarte…

A A.J.G.G.

¿Sabes madre?
Todas las estrellas de la noche se me han clavado en el pecho.
¡Todas!
He sentido al despertar el dolor de todos los hombres
pero también la luz que lo contradice.
Todo estaba lleno de ojos; pupilas que apenas
se vislumbraban por entre los ciempiés de sus pestañas.
Y todos cantaban – diría que felices -, por lo bajo,
en la antesala del alba.
¿Sabes?, en el reino de los sueños
casi siempre se olvidan los rencores;
me dicen, casi todos, que alguna vez han sentido
la humedad de un beso.
Ahí, donde te digo,
no hay números; sólo luz:
una luz como buriles y gubias y cinceles
que talla el día siguiente; uniendo
pretérito y futuro – ¿sabes? no somos tan libres como quisiéramos,
aunque a veces las lágrimas brotan de ella: de la libertad, que te juro
que la he sentido sólo una vez en la vida, y salía de la boca del estómago -;
aunque casi todos nos quitamos ese sayo
sacudiéndolo nerviosamente al despertar
con la esperanza de que no vean nuestros sueños
colgados de los ojos
al salir a la calle
y cruzarnos con El Otro.
Ya ves, madre, en vez de decir, mi semejante: OtroQueTambiénSueña,
lo miramos, cuando ya ha pasado, por encima
del hombro
con una especie de vergüenza y el deseo de que no nos descubra.
Como si fuera una debilidad tener sueños… y utopías…
Como si no pudiéramos tragarnos todas las heladas estrellas de la noche
y escupirlas en forma de cálidas palabras cuando proceda.
Yo voy a comer más estrellas
y más utopías
y más estrellas
y más utopías
que la realidad ha estado a punto de petrificarme en el paisaje
– pudiendo haber quedado ciego, sordo, mudo -,
y la boca de mi estómago morirse
de pena.

Desierto.

Desierto
desierto salado como hálito de los muertos.
Con la esperanza tantas veces hundida – incluso
así – los hombres
alargan sus cuellos para estar más cerca de dios;
sus letanías se deshacen al contacto con el aire,
aúllan, escupen: veo
sus ojos rojos por la furia;
veo la ira en las venas que sobresalen en la piel
de sus miembros;
veo
las ansias de seguir viviendo
como sea
en sus inspiraciones – ahogando el ahogo del momento; del futuro: del tormento -.
Calor,
fervor de cuerpos
rebosando sus cuerpos;
llagas en la boca de invocar la humanidad
que perdieron
al ser náufragos en su memoria
invisible.
Buscando orígenes y sentidos
Buscando el auspicio en los ojos del semejante imperecedero…

…y dios en sus quehaceres vanos y terribles; inservibles…
…y el desierto
salado como hálito de los muertos.

He dado vueltas en círculo…

He dado vueltas en círculo;
intentando salir de él
ha colisionado mi rostro hasta extenuarse;
ha sido un largo camino:
había tiempo en los arcenes,
lágrimas debajo de la tierra,
rostros que me resultaban familiares,
infamias, infames;
luces y sombras que escoltaban el paso y el paisaje
– muchas veces desolado: triste -.

Todo para llegar al mismo sitio…

Se me ha llenado la vida
    de universos, éstos
        de futuros, éstos
            de posibles…

    y todo…

todo para llegar al mismo sitio…

Perdóneme la línea que trazaba la circunferencia que sufrió mis pasos
las verdades y mentiras que aparté con la puntera de mi zapato
los desprecios que hice a la memoria; un pasado
que se proyectaba hacia el futuro -por inercia-; y una suerte
de presente
que comenzaba y terminaba en señales –indescifrables -:
en gritos (contra mí mismo)

Todo para llegar al mismo sitio…
Todo para llegar al mismo sitio…

Sienes…

Me llevas
– el sol ilumina el camino –
por los senderos inhóspitos de la memoria.
Me fundo con las grietas de la tierra
cuando mi semblante se desvanece
al verte
al oírte
al olerte.

Hay algo sagrado debajo
de la corteza árida del orbe:
una suerte de humedad cautiva,
una bifurcación, en donde
lo que soy
y lo que puede ser
convergen
en un punto imaginario, tembloroso,
que recojo con mis manos huecas: mudas
de gritarme.

Como un solsticio que se posa en mi pecho
inaugurando el nuevo día; no hay
pasado que pese, ni
horas que pasen
sin sentido.
Todo tiene su mensaje;
la palabra, a su sustancia adherida,
es música,
un todo etéreo, zigzagueante,
ante la mirada
atónita al pensarte; hay más:
hay sombras festivas
labios en sangre
pies desnudos andando
hacia la tarde…

Calzadas, caminos,
veredas, senderos,
por las que caminan lo que pudieron ser
y no fueron
mi amor, mis amigos,
todo lo que conozco;
y una danza de manos huecas recogiendo su otra vida:
la que no vivieron…

Y unas lucecitas, como luciérnagas,
como mariposas en llamas,
que tornan y retornan
– con el inocente vuelo del sosiego de las mieles –,
al silencio, al comienzo,
al pensamiento primero…
al cósmico latir de la sangre en las sienes.

Titulares.

Recuerdo el indeciso verano
que llenaban de pasos errantes
las sombras de los árboles
a ambos lados de la calle.
La fotografía que vigilaba
expectante
la sobremesa de café,
y el humo llenando la estancia.
Las promesas del nuevo día
que el periódico, muy de mañana,
hería de muerte.
Y es que
nada pasa hasta que alguien
lee la noticia.
Debe ser que la desdicha
no es tal
sin unos ojos con los que ensañarse.
Cayó el otoño:
las aceras, bajo un manto de hojas;
las mañanas se vistieron de chaquetas finas
azules, rojas, verdes;
y del quiosco, como el agua
que rebosa del vaso,
seguían brotando titulares
con letras negras del color de la muerte.

vaivén de silencios…

Sigo quieta en la plaza
la noche se apaga
el vaivén de silencios apenas
mueve la silueta de los árboles
ni un leve crujir de sus ramas cansadas
ni la savia corriendo por su cuerpo.

Mantengo el rumbo hacia la nada:
quieta.
La mirada clavada en el centro de la noche:
quieta.

En la noche de alguien
se estará desplomando algún sueño;
será un estrépito mudo cuando choque con el suelo.
Quebrará en fragmentos grises de polvo callado
en músicas ahogadas en la faz de la luna
en visiones que se persiguen
hasta dar con mi rostro.

Siempre así, siempre quieta,
recogiendo los sueños que gotean por las ventanas
entreabiertas
de la gente.

Al día siguiente
pasáis por mi lado con prisa de camino al trabajo
y algo os empuja a mirarme a los ojos.
Cuánto tiempo llevará aquí esta estatua, pensáis.
Y yo quieta
implorándole al cielo
que un día la sangre acuda a mi boca
para poder deciros
que los anhelos que perdisteis por el paso de los días iguales
están a buen recaudo.

El despertador suena

Los hombres duermen,
las estrellas azules
velan sus sueños. El dolor
acumulado del día
se desdibuja o desvanece
al borde de almohadas blancas
o en mesitas de noche
junto a un vaso de agua mediado.

Ellos, con sus pijamas verdes
de siempre – casi infantiles –,
buscan maquinalmente un postura
más cómoda
cuando algún miembro de su cuerpo
empieza a entumecerse.

A las siete
el despertador suena
y el dolor acude al centro de sus pechos.