Futuro laboral…

– Lo sé hijo, lo sé; no has tenido suerte. No te voy a recriminar nada, pero tampoco quiero dejarlo así, sin decirte lo que pienso: Sé que había pocas posibilidades, que ese año convocaron pocas plazas para bombero en los lugares donde te hubiera gustado trabajar, pero eso no quita que te faltara constancia, que si nunca encontrabas el momento adecuado, que si andabas bajo de fuerzas; y la constancia, en unas oposiciones, tanto en la parte teórica, como en la preparación de las pruebas físicas, es medio paso para alcanzar el objetivo.
>> También es verdad que todo lo que has probado, por una cosa u otra, lo has dejado a medias; sólo, lo que se dice terminar, acabaste el COU, y repitiendo una vez con unas cuantas asignaturas. Pero es que así no se puede, no puede perder uno el rumbo a la más mínima, porque ahora apetece esto, luego lo otro… ya te estarás dando cuenta, ¿no?, creces, y un trabajo no es un capricho, es lo más necesario de todo, te da el dinero con el que pagas desde la gasolina del coche a las camisas esas caras que te gustan… bueno, y la satisfacción de parecerse a uno mismo útil, que también es grato, no me lo negarás.
>> Pero siempre te han durado poco, que si no me pagan demasiado y que no es para toda la vida, los horarios de mierda de que te quejas… pues nada, tú sabrás.
>> ¿Me lo estás pidiendo en serio, de verdad quieres echarme una mano, de una manera más o menos impregnada de futuro, en la funeraria? El trabajo es agotador, somos pocos, todo el tiempo tu tío y yo… y… bueno, el ayudante, pero ése es como si no lo contáramos. ¿De verdad que te interesa? Es duro hijo mío: los horarios sobre todo. Aquí no cabe eso de abro de 8 a 17.
>> Y luego… luego… ¿de verdad…? Mira, te lo voy a decir, como tu abuelo nos lo dijo a tu tío y a mí, en su día, con una tranquilidad pasmosa… ¡yo no daba crédito a lo que decía! Algunas veces le habíamos echado una mano, pero en ese preciso instante él supo que nos haríamos cargo, de por vida, del negocio familiar.
>> ¿Estás preparado? Pues bien, los muertos piden cosas, y raras. Al principio no sabes qué es, pero cuando estás al lado de ellos, preparándolos, vistiéndolos, al poco de morir, oyes en el interior de tu cabeza unos susurros; te sales por la tangente y piensas que es una corriente de aire, un grifo que gotea, alguna música lejana que pierde… nitidez, eso, nitidez… y te llega un sonido que lo achacas a cualquier cosas menos a lo que es: que los muertos, durante un tiempo después de morir, hablan.
>> Con la experiencia aprendes que se trata de algo transitorio, ni ellos son conscientes de que han muerto, o por lo menos, no del todo. Hora tras hora van cayendo en la cuenta, y al final cesa toda esa actividad que no sé muy bien de dónde viene. Saben que les pasa algo fuera de lo normal, pero hasta las horas, no saben que se trata de su propia muerte. Adivinas en qué tramo de ese camino de un solo sentido están por cómo te lo piden, y el contenido del asunto.
>> No hace mucho tuve una mujer mayor que tenía un hijo único, de esos eternos solteros que al final entierra a los padres y se queda a vivir en la misma casa donde nació, y donde morirá… Pues bien, en el silencio de aquella tarde, antes de prepararla para el velatorio, me repitió por lo menos cien veces que le dijera a su hijo que quitara la comida del fuego. Insistía e insistía. Con el tiempo vas comprendiéndolo todo, ella, por ejemplo, murió de un fallo cardiaco, vamos, con lo vieja que era, lo raro es que no le hubiera ocurrido antes, haciendo la comida: su única preocupación era ésa, que su hijo apagara el fuego.
>> Otros, cuando toman conciencia de que se apagan definitivamente, aunque hayan pasado unas horas desde que el médico haya firmado el parte de defunción, te piden cosas que saben que será la última vez que lleven a cabo: Uno me dijo que era fumador empedernido, y que, aunque se imaginaba que no iba a poder aspirar el humo de un cigarrillo, me pidió que fumara al lado suyo, por si algún hilo de esa niebla penetraba en su nariz; por su tono, creo que con ello se conformaba, como una auténtica última voluntad.
>> Los he tenido más comprometedores. Hubo una vez uno que me dio su usuario y contraseña de correo electrónico para que accediera a él y borrara todos los mensajes que, durante ese último año, había compartido con un joven inmigrante homosexual, así como las evocaciones, que después de los encuentros sexuales, hacían, con mezcla de culpabilidad y chispa. Por nada del mundo quiero, que alguna vez, mi mujer los viera, me dijo, si es que podía aplicarse ese verbo, ya que como te digo, oyes su voz, pero no es ninguna onda sonora como a lo que estamos habituados a oír, simplemente, lo sientes.
>> Si quieres el trabajo, podemos empezar esta tarde, sólo Dios sabe qué nos pedirán.