Y miro con los ojos del tedio…

Y miro
con los ojos del tedio
cómo se alarga mi sombra al caer la tarde:
sillón de mimbre (dicen que de mi abuelo,
como podría haber sido
el río, de tanto mirarlo: La otra opción
era
mirar la posguerra y el hambre).

Zarandeo de palmeras,
claroscuro del alma,
cae la noche y me escoro
hacia delante
para mirar el miedo a los ojos.

Lujuria y hogueras – titilar del fuego
encerrando cien formas en huída constante -;
al caer la noche, carne
que lacerarán las estrellas. En mí
habito. Una línea divide en dos el horizonte:
cresterías coronadas por el peine de los pinos
en cuyos brazos se pierde el aire.
Y silban, y llaman, y emplazan, y citan
– de memoria –
a la humedad palpitante.

como la espuma en las oquedades del silencio

Déjame ir, que me vacíe
como la espuma en las oquedades del silencio,
en los azules y púrpuras – cielo:
irremediable cielo.

Estoy
frente a ti: nunca
he existido – certidumbre
inexorable como el tiempo.

Soy
un espejo frente al tiempo – paso
con pasos lentos.
Llevo – y no digo tengo – un interrogante
en mi pecho: o un sinfín
de preguntas a la puerta de un sabio ciego.

Heridas, tantas
veces herido – llaga
que no cabe en un color: metal
que agoniza: que se quiebra
en la mortal mentira:
volcán, amor, ceniza.

Tantas
palabras como sumas
de tantas vidas – ¿Recuerdas
cómo buscaba tu espalda
o tu sombra ?– como una nube
vaciándose de agua: estertor,
más tiempo: pedía
más tiempo: tú yo, más tiempo: nace,
resucita, muere
en la tarde, al fondo: rojo,
como un silencio exhausto
en un día de agosto: polvo
que nace germina y que
apenas se conoce.

Extralimitación final para un silencio;
gramíneas, ojos, espuma.
Vuela
la tarde hacia su ocaso
hacia la luz que se vence
sobre su planta. Hermética y triste,
buscando un lugar donde guarecerse
del timbal de las pesadillas – martilleo
de la culpa en las sienes.

Oquedades, espuma:
Vientre.