Sangre y silencio en la noche de los tiempos

beso

La voz quebrada

Me rodean los brazos de esta tarde
con suaves guantes de lana dorada
oigo los orfeones de los rayos de sol
con sus reminiscencias de luna: ceniza
y grana.

Este día
esta luz
esta atalaya
de mis horas;
vuelvo la vista:
de granito veo mi cuerpo.
Miro hacia delante:
roja lava.

                        Miro a mi diestra con ojos siniestros,
                        con ojos amarillos; hay otros, la tarde
                        se espesa. Somos cientos flotando en el aire.

Hoy callo: rumio el silencio bajando
la vista – ¿Quién sabe? -.
¿Estaré naciendo de nuevo, madre?

Me sirvo
de estos versos
para descubrir el mundo:
misterioso, palpitante…

Nazco de nuevo; nazco, a cada paso nazco…
- Creo en las palabras, en el parir
de los ecos: preludio de voces -.

También está cansado mi verso
y sin embargo
renace.

¿Se convertirá mi voz quebrada
en timbales: un grito
desde el centro del páramo
hacia afuera: minando la tarde ?

¿En timbales…?
¿En timbales…?

¡En timbales!

                    La humedad, certera. Las palabras
                    se ahogan: como un ojo cerrado,
                    como un labio cerrado: un beso machito.
                    Somos cientos galopando en la espuma.

¡Hacia Ti tiendo;
te busco; atropello
los pasos; alcanzo
mi sombra; muerdo
el aire!
A cada golpe de ira
a cada paso: ¿callo o grito?
¿Silencio o timbales?
Hablo conmigo con los tímpanos rotos
de miedo; con los ojos ya huecos
de lágrimas; con mis manos gastadas
de vértigo. Y callas – o callo,
quién sabe -.

Me miran los que pasan,
por el paseo que hay junto al río,
buscándote.

Y callas – o callo,
quién sabe -.

                    Somos cientos casi hundidos
                    en el agua, ya no sabemos,
                    a ciencia cierta, si algo nos arrastra;
                    los cabellos se enredan uniendo
                    una figura a otra figura, un cadáver
                    a otro cadáver. El hedor
                    debe ser insoportable. El mar espera
                    – o el olvido, quién sabe -:
                    Cuando llegue será tarde.
                    Cuando lleguemos será tarde.
                    Cuando hables

                        será tarde.

(El final por principio)

Aquí me hallo; tan sólo nos separa una pared delgada.

Tú duermes y sueñas con el fuego
con que construimos este recuerdo:
el recuerdo de una noche de febrero de una revolución cualquiera.                                    

    Claudico, ya no lucho, acepto una muerte que no es noticia.

                La cuchilla, al reclamo
                de mis venas, desciende
                liviana, aleteo efímero
                declinando alturas
                - acrobacias severas,
                deslucidas, funcionales -,
                hacia un andamio de rosas
                contemplando el ocaso.
                Ardor vivo,
                siega de tejidos:
                pieles desmanteladas,
                venas
                de las que brota última vida
                recuerdo de vida primera:
                nacimiento del fin,
                augurio, certero, de muerte.
                Mariposa que se posa
                en el párpado mudo del cadáver que seré,
                batir de alas que crea
                el vacío de un jardín
                con estatuas adormecidas…
                vegetación que desaparece.

                    Se oye un ruido:
                    ¡Afuera llueve!
                    Agua, al reclamo
                    de la tierra, desciende
                    liviana…

                        ¡Sólo tengo corazón para el silencio!

Se escapa mi sangre por las muñecas,  ¿por qué
no habrá sido la vida tan cálida como este último fluir,
esta espera a que el mundo, ante mis ojos, se desvanezca?

Es demasiado silencio el que se funde con esta sangre.

Las voces que me siguen, el silencio con que se manifiestan…

Será la última vez, esta noche, que te mire,
que me sonrías, que te bese… ¿Te acuerdas – te pregunto, ya 
casi entre sueños – de aquel beso que te robé, o me robaste,
o mejor, le robamos al tiempo? 

¿No respondes? ¿Por qué?
Claro, aún eres vida…
        y sueñas; ¡Mañana 
mira, despliega tu vista
al alba, al trapecio
del cielo! ¡Cielo, tú 
que aún eres vida, mira!

Es la última vez que esas voces me hablen,
que me murmuren las luces de la calle
con sus palabras y gestos; que los muertos, 
con un aire de niños, me pidan - ¡a mí! – el silencio.

Es muy triste este exceso de realidad: frente al recuerdo
de aquel beso, la imagen de un retrete se va imponiendo.

(Presentación de un amor)

Indómita, bravía la sombra del tiempo;
el telón cae, y en la caída, en el último segundo,
el que acaece, el que da sentido a todo,
el luminoso tejer de la corona del espacio,
queda atrapado en la tela de araña de tus manos bohemias.
Musita la palabra última y certera
cual música susurrada por la boca de los ciegos,
que de no ver, todo nombran en su esencia,
sin infamias de formas y colores,
sin trazos, sin contornos; sólo el tacto de sus manos
que ahora se hace palabra…
y haces eternos los amores y sus causas,
celeste el cielo, hondo el abismo en que sucumbe
el viento que nace del iris de tu calma…
y todo cesa, y la muerte no es tanta,
y cae la noche, y la sombra del tiempo
se oculta – indecisa, vacilante –
por si no cuentas con ella
mañana.

(Presentación de un poema: lo que soñé una noche de enero.)

                    Y a esta piedra ¿cómo la llamaré?
                    “Luz…
                    cuando mis lágrimas te alcancen
                    la función de mis ojos
                    ya no será llorar…
                    sino ver”
                    León Felipe.

Un hosco silencio,
una llama exigua y temerosa,
y de fondo,
mis palabras secuestradas por el sueño
royéndome la podredumbre de los huesos,
    la sombra de los cuerpos.

Tragué el tiempo a grandes bocanadas,
desesperado y apremiante;
el abatimiento como única injusticia…

y comencé a dibujarme…

A veces nada importa
salvo el enemigo:
una idea caduca – vieja y engañosa; pero nuestra -,
o una alegoría de sombras que viene del pasado
para darnos forma frente al otro
y ser así nosotros mismos.

Tenía una existencia que construir
y un sótano lleno de cadáveres con mi rostro:

Viejos cajones
entumecidos de polvo, promesa de ácaros
insolentes,
donde se amontonaban recortes de papel cuadriculado
amarillentos,
vestigio de una vida y un poemario
con que ayudarme
a descifrarla.

La inconsistencia del misterio me aturdía,
miré a los ojos del mundo con los míos:
armisticio en las miradas.
Pero la horrenda existencia
tarareó un vacío de significado…

En el último momento,
el cielo
me lanzó una mirada
decidida, delicada, deliciosa.
Luchaba entre la oscuridad
para llegar hasta mi cuerpo
dotándolo de vida;
y así,
renací como un champiñón nuclear
quemando inocentes bellos e insulsos:
carnaza para mi odio.

Surgió un repiqueteo de martillos alados
sobre yunques herrumbrosos,
en cuyo trayecto, 
arrancaban jirones de piel 
al aire inmóvil;    
la vertiginosa inmediatez
de la bala brillante y pulida
a la nuca del inocente:
tal para cual.

La bala y el inocente
era yo:
Un cortejo de sombras,
de nervios y huesos
quebrados.
Un destinatario imposible
de una llamada invisible.

La Voz, en la noche, dijo:
    Desde sierras más altas caerán las estrellas,
    nuestras lágrimas, de cobre sucio, brotarán.

Y el coro, el fugaz coro,
de niños de blanca lengua,
con su particular ritornelo:

    Morirás, y tu sangre
    formará charcos y barro negro
    donde desaparecerás.

La luz se separó de la sombra
con una tenue existencia
pastosa, casi polvorienta,
como las cenizas de un ser querido
que aún no ha sido incinerado.

Mi abuela estaba en una esquina tejiendo unos peúcos;
me dijo: Serán tuyos, sólo tienes que escuchar a los muertos.

                I

(Vida y obra de un beso. Parte Primera)

Ahí está Austen Henry Layard
en la antigua Nínive,
cerca de Mosul,
fumando en pipa.

            - Yo no sé si fumaba en pipa
            tantas cosas no sé
            tantas cosas he hecho añicos
            antes de saber de ellas…-.

    Hablarán de él y sus excavaciones
    - oficio de ir recogiendo fragmentos:
    nombres que no se ciñen, todavía,
    a una realidad más placentera,
    la que por fin se convierte en conocida -:
    del Poema de Gilgamesh hablarán
    las arcillas y signos que el viento
    y el agua no pudieron borrar.

    ¿Qué vieron sus ojos entre la nube de polvo,
    qué había entre su pupila y el cálido vacío?

    De eso no hablarán, yo hablaré:

    Había un beso antiguo como el tiempo,
    de los tiempos de los dioses de esa tierra,
    de los tiempos de los héroes de esa tierra,
    un beso – enterrado y oculto -: perfecto.

    Durante la excavación, hubo un ruido,
    un exabrupto de las entrañas del suelo:
    la tierra, la cálida tierra tomó forma de nube,
    se erigió por encima de ellos;
    a Austen Henry Layard se le cayó la pipa

            - yo no sé si se le cayó la pipa
            tantas cosas no sé
            tantas cosas he hecho añicos
            antes de saber de ellas…-.

    De la tierra descorchada
    surgió un beso deslumbrante:
    ascendió, con la ferocidad
    del azufre inmerso en fuego,
    al espacio sideral. 

    Nadie recordaría este suceso.

            - Yo no sé si nadie recordaría este suceso
            tantas cosas no sé
            tantas cosas he hecho añicos
            antes de saber de ellas…-.

    El caso es que callaron.

                II

(Retrospectiva Primera.)

Donde tú comienzas nace la vida
inconsolable como la luna;
donde llegaron mis palabras
    acudirían después mis manos
    ávidas de cálidas humedades
de diálogo con mi semejante:

y hablamos;
dentro del espacio y del tiempo
    del espacio y del tiempo;

        y hablamos;
y pusimos nuestro propio nombre
a cosas cotidianas
a las que otros,
    por dejadez o distanciamiento,
    olvidaron.

                 III

(Palabras)

Las palabras salidas de mi boca
fueron un niño un día,
luego un atardecer gélido y cortante
    como la idea no expresada:
    ésa que corroe como el cáncer,
y luego
sangre y silencio
siempre
    sangre y silencio.

                IV

(Lo que entre lágrimas me dije un día.)

    Cuando huyo a mi caverna
y el viento me sigue
y ulula y silba y resuena
y me da órdenes confusas
    y los gritos se hacen golpes
    en el interior de mi cabeza

entonces

muerdo
    y lloro
    y esculpo
figuras en el tiempo

y rindo homenaje
al principio
    a la conciencia
        a la locura

y me oculto
para no ser visto
por los hombres.

Yo era así antes de mi nacimiento,
cuando aún no había carne,
cuando aún no había mundo,
sólo silencio
sólo llanto contenido
    sólo silencio.

                V

(Lo que los muertos me dijeron que diría.)    

A veces me hallo solo,
muerto de principios obsoletos;
de lágrimas que engendran niños:
silentes mudos reservados,
callados, con el pavor
y el temor en sus gargantas.
Quietos; es la avenida
la que corre hacia ellos
y se encogen
en una posición de defensa
tantas veces ensayada
para aplacar
    el miedo
    - forma humana, silueta
    de lo humano en el desierto;
    cierran los ojos, se hace
    la noche, fría, negra,
    sin luz ni firmamento -. 

Trompetas, timbales,
banda sonora de sus días; 
banda sonora de sus noches:
silencio:
    la carne en silencio.

                 VI 

(Presagio) 

Frente al mar,
cifra primera    
envuelta en espuma,
hay un niño: la luz que tuvieron sus ojos, ahora
henchidos de melancolía, se apaga. 

La resaca arrastra hacia sus adentros
su alma. El inmenso cristal
no es nada.

La inmensa lágrima quedará
bajo cientos – ¡miles! – de soles sin luz,
con fuego, sólo fuego, que abrasan
su cuerpo.

                Se extienden versos y silencio
                con una certeza geométrica:
                Heridas hay que no cierran.

                Tristeza y salitre en el viento.

                 VII

(Lo que la luz de una farola decía)

Ansiarán verdades, puntos de apoyo,
códices, esquirlas de luz,
aguas tranquilas, sabios consejos
de seres queridos, enseñanzas…

pero

sus pechos quedarán calcinados
al solo contacto con el prójimo:
palabras entre algodones
palabras como lamento
carne entre algodones
lágrimas en silencio.

                VIII

(Vida y obra de un beso. Parte segunda)    

Ahí está Vladímir Mijáilovich Komarov
fumando en pipa

            - yo no sé si fumaba en pipa
            tantas cosas no sé
            tantas cosas he hecho añicos
            antes de saber de ellas…-.

Es 23 de abril de 1967
y se huele a tabaco de pipa.

La nave Soyuz 1 parte, este día,
con él – y su pipa -, hacía una muerte segura.

¿Qué vieron sus ojos en medio de ese mar negro,
qué había entre su pupila y el gélido vacío?

Laberintos llenos de preguntas sin respuesta,
segundos incuestionables, espacio impensable,
negro duelo en el abandono del cielo negro;
y de fondo, con la precisión de un eclipse,
sin saberlo nadie,
en la trayectoria de la nave,
    un beso.

    ¿Qué sucedió en las ocasiones
    en que la Soyuz 1 estuvo en el lado 
    nocturno - nocturno entre las sombras -, de la Tierra?

    Tres viajes sin espacio ni tiempo
    en un espacio y tiempo inexistente,
    al abrigo del beso;
    tres lecciones
    - ¿Acaso un correr y descorrer de telones
    sin escenario ni bastidores? -,
    que Vladímir Mijáilovich
    aprendería antes de morir.

    Dormitan las estrellas, húmedas
    de calidades siderales; la universalidad
    de sus brillos, cátedra en ese instante
    del encadenado a la razón que,
    rompiendo sus cadenas, fluye,
    entre candelas que destellan
    de ojos para adentro.

    Déjate caer en los brazos del sueño - dice el beso -,
    vamos lejos, muy lejos...
    a tus adentros, hasta este momento dormido:
    éxtasis y angustia desde ahora.

    Buscarás sin miedo a encontrar, 
    sin miedo a perder.
    Quiebra la infalible geometría
    de lo conocido; ahora incertidumbre
    - espera un poco, en ese instante de fuego
    y mil caras y mil aristas… cesa el deseo, ¿lo oyes? -.
    Detén tu paso, la urgencia se transforma
    en ritmo, un ritmo lento que, mirando el cielo
    ve tu cielo; el horizonte se detiene,    
    contenido en éter y espejo.

    Tu figura se desvanece
    y sólo queda, siempre imposible, a lo lejos,
    la verdad que aflora cuando se mira  a los ojos del tiempo
    helado, vacío y quieto.

    Plétora de instantes que desde el recuerdo
    vienen a dar forma a la imagen que reflecta ese espejo…
    espejo eres, también, ante los ojos del tiempo
    inmóvil, vano y gélido.

    Sólo tiene miedo del vacío,
    del estar solo – al cobijo
    del soliloquio sin rival,
    - soledad, ¿qué esperabas? -,
    quien ante el espejo se muestra
    y éste - palabra última: auténtica -,
    proyecta lo que no se quiso ser. 

    Cuánta vida has creado tras tus ojos
    y todo era mentira – bostezabas…
    ah, el tedio, te creías; te lo aclaro:
    no hay  duda ni epitafio que lo desmienta –:
    Hasta ahora, todo
    mentira… hasta ahora.

    Ahora vuelves a ser agua
    enroscada al barro de tu forma,
    nada importa, hasta la memoria
    cesa; custodian los álamos el camino
    y tú, paso a paso, te conviertes,
    ahora sí, en polvo; la luz
    declina, y aun así    
    te ciega: ya no hay máscara.

                IX

(Pegaso)

Vladímir - dijo el beso -, es Pegaso.
Aquí conocerás el amor.
Surge de un simple golpe de los cascos de un caballo
que hace brotar una fuente – naufragio y calma -;
como el agua de ésta
el amor se adapta a su continente,
quema, da astros y rosas: pétalos
cerrados, olvido de sí mismo en un tiempo
que no es tiempo, ni a las leyes del tiempo
obedece. 
Vence las dificultades
crece, decrece, crece… inflama 
la candela de los vientos: alegría de los seres;
A la luz del olvido vuelve,
vuelve de entre las sombras:
Un canto leve, algo
que no fue, es;
y siendo, desconocemos si será.

A veces
la ceniza de un amor imposible
da forma a la travesía
por la que 
pasean las quimeras.

A veces
una mirada a medio camino,
una caricia turbia, silenciosa y vacía,
es la palabra de una lengua antigua como el mundo.

    Descífrala.

                X

(Hércules)

Vladímir - dijo el beso - aquí, en Hércules,
conocerás la despedida.
No vale aferrarse; como él,
la sola consideración de Zeus
te puede arrancar de la Tierra
y situarte en las estrellas.

Verás cuáles son tus serpientes
y manzanas - ¡siempre
hay serpientes y manzanas!
En todos los mitos, en todos los mundos:
Serpientes y manzanas.
La despedida
en la que algo empieza
porque algo acaba.

    Puede ser en un andén
    con trenes oxidados, pesados y oscuros;
    con álamos imaginarios
    que escoltan los raíles;
    con humo - postal cenicienta
    sin destinatario -:
    Corta y fugaz,
    con o sin
    una lágrima indecisa
    o un abrazo entre dos sombras;
    puede ser un enorme vacío
    en que, las arañas y el tiempo,
    han tejido recuerdos
    que sólo serán recuerdos.
        O en una habitación
        donde el alba lucha por abrirse paso
        una mañana de invierno
        - quizás con música de fondo
        o en silencio -.

        Quizás con un última mirada
        que sugiere lo que se ha andado:
        Eso queda ahí, intentan decirse,
        en la oquedad entre un segundo
        y el siguiente
        cuando
        fueron camino en vez de cuerpos pisando
        el crepitar de las hojas ya muertas,
        antes verdes.

        Sollozando
        mirando
        al horizonte perdido
        que no es más que una ventana
        entreabierta.

        Puede ser lenta:
        aferrase al minuto
        que aún queda;
        al ángulo con que se miran:
        a las manos,
        que fundidas, se separan...
        y ese paso - primero y último -
        hacia la puerta.

                XI

(Lira)

Estamos en Lira, Vladímir.
Conocerás aquí la auténtica tristeza.
¿Oyes las liras?

    La tristeza es mirar atrás
    cuando delante
    no hay nada
    y detrás
    menos que nada.

    Cuando digas
        ya huyo de un mundo conocido
        hacia otro que no es,
        clavado en sueño.

        Y tu brazo, ensangrentado
        - piedra primera en sangre,
        alta orilla te despide
        hacía la nada oscura –,
        se alce en el aire:
        adiós amor, y vida.

    ¡No estés triste!

    ¡Nada queda
    que la lluvia y el viento
    no tarden en dar muerte
    un millón de años!

    No estés triste.
    Estar triste es mirar atrás.

    Cierra la puerta del mundo, queda fuera.
    Fuera no hay nada: el tiempo
    es mentira;
    la distancia, de eterna,
    es nada… ¡sal
    de la que ha sido tu casa!

    No estés triste.
    Estar triste es mirar atrás.

    No mires atrás. Nunca.

    Orfeo miró atrás, dudo,
    miró atrás,
    Eurídice se esfumó
    como la niebla a lo largo de la mañana.

    ¿De qué sirve, entonces, una mirada sin objeto?

            No hay ya sujeto ni objeto,
            ni caminante ni camino,
            la auténtica tristeza es no admitirlo.

                XII

(Fin de un viaje)

Vladímir Mijáilovich Komarov murió
el 24 de abril de 1967.

El beso buscó una ciudad donde descansar

    Soy beso, no cuerpo,
    me quedaré aquí, oculto: perfecto;
    hasta que dos labios, azarosos
    y sin saberlo – sabiéndolo –
    sellen sus carnes, y le roben
    - me roben -, un beso al tiempo. 

                XIII

(Lo que un muerto estaba recitando.)    

Alguna vez el cielo
dejará de ser alto e inalcanzable
como la cátedra de los héroes
pero siempre sabrán
que no les pertenece
por origen y forma
por clase y credo
y serán siempre lo mismo:
una mala jugada
unas cartas mal barajadas
un juego de imposibles
un espumarajo en la boca
un cuerpo hendido, vencido,
que se encorva hacia el suelo
cerrarán los ojos
y sólo verán carne en silencio.

                XIV

(Presentación de una noche.)

Todo sucede en una noche, porque en la oscuridad conviven
las magnánimas metafísicas - ¿qué es la felicidad? -;
las verdades nunca dichas – un espacio fuera del tiempo -;
las mentiras de siempre – un alfabeto de sombras  que desmorona el ánimo -.

    Y surgen del subconsciente de un pueblo,
    de una cultura: de un hombre – si hiciera falta,
    de un solo hombre si hiciera falta - los elementos
    necesarios
    para que el mundo se desdibuje en sangre y silencio:
    Unos seres recién estrenados por el tiempo,
    niños, criaturas de un ciclo,
    que por siempre será el mismo;
    unas luciérnagas que iluminan el camino;
    la noche, su espesura;
    una copa de vino en la noche y su espesura;
    unos ojos amigos, de una mujer
    que es pretexto para esta – su – vida.

                 XI

Noche, nocturna noche.

                I

Es de noche, están
las estrellas que robaron la luz del día,
en la soledad más púrpura.
Hay mandíbulas desencajadas lacerando el aire
con sucedáneos de palabras.
Hay termitas royendo, pensativas, mi cama.
El cielo adiestra las sombras
que lanzará desde sus minas, desde
las atalayas
de cometas pasajeros, desde
manantiales de ceniza,
hasta cubrir de cinc a sus criaturas.
Las iglesias, vacías;
sus cirios, apagados;
y deambulan lo que queda de los muertos
por los camposantos:
lentos, sucios, ateridos,
con llagas en las manos; y
una hendidura en los labios
donde la guadaña tejió el silencio.
Es el miedo a la noche
es el miedo a la muerte…
    es el miedo.

                II

Me despertó la madrugada
con un fuego de magnesio herido
con una voz colgada del cielo
con una serpiente enroscada en el tiempo.
La madrugada, llega de árboles,
y un viento gris lastimando
sus ramas:
una impronta de sueño en la roca,
la humedad en los dedos de la nada.
Me despertó la madrugada
con su zarpa de acero callado
desgajando cuerpos y segundos.
Almas quietas, pesadas, cobrizas,
como el polvo – promesa de olvido –
sobre el cadáver del mundo.
Las estrellas se apagaron
al rugir la madrugada:
la monstruosa noche con granito ahogado,
el grito ahogado ahogando la claridad
que aún quedaba;
y la música – de cuerdas con llagas,
de viento magullado – que se perdía
por entre los muertos;
y el ladrido de un perro
- la angustia de sus colmillos amarillos -,
brotaba, a lo lejos, preso
de noche, de ingrávida noche;
de muerte, de telúrica muerte,
de niños con los ojos vacíos:
    de miedo.

                XVI 

(En el duermevela de una noche anterior.)

¿Un paisaje?

    Un páramo de nieve tapizado;
    unas nubes cobardes, informes - un abecedario
    de obsolescencias previsibles -, 
    descargando orín de perros ciegos,
    emprendiendo la huída hacia el olvido;
    y un rayo, de injusticia poseído; de palabra
    perversa, de insulto:
    una luz artificial de confusión primera…

    Sangre, que acude al surco de la tierra,
    perdiendo el rastro de sí misma.
    Cubierta en sombra: silogismos
    que abrazan la desdicha.    

    Y yo, en una orilla, muerto,
    sin muerte ni epitafio:
    ¡Sólo muerto:
    Sangre, silencio!

                XVII

(Retrospectiva Segunda.)

En un acto de soberbia te quise:
el amor más humilde jamás pintado

en un lienzo
sobre las nubes
sobre la roca
sobre el paisaje que la vida conforma.

Nuestros cuerpos se fundieron:
vapor, alba al unísono,
sin temores, sin pudor,
sin ruido – de cosas innecesarias –;

Y por un día
la tristeza
se batiría en retirada.

    ¿Habéis oído, niños?

                XVIII

(Retrospectiva tercera.)

Y crecen en nuestras bocas las palabras,
avanza la tarde hacia la noche, hacia
la sombra
que te hará nítida;
mensajera, tu palabra acaba en sí misma:
    venidera;
te hará clara y visible
en la noche y en la muerte
    tú que fuiste
        cielo.

Yo, perdido entre los ecos, bosques que esconden
negro duelo:
    labios mudos:
        sangre: silencio.

Teje la araña su consuelo,
su trampa, la prolongación de su certeza,
y todos los que somos, sin saberlo,
laboriosos también, vamos añadiendo
otro ladrillo al muro
para alejarnos más de lo que somos.

Y quedamos encerrados en él,
en este cuadrilátero de tormento,
cada vez más desposeídos 
de tiempo y añoranzas;
cada vez más esclavos
del tedio y del hábito que engendra:
hundirse poco a poco
en un lago de sangre y silencio.

Y el frío te invade, y tiritan los tuétanos.

                XIX

(Lo que muerto decía mirando a su perro.)

Hay un niño, que entre los niños, duerme.
Sé que sueña con soñar otro anhelo
pero que sus noches son púrpuras
y en ellas se huele a invierno:
un invierno ciego que nada deja crecer,
un dolor inmenso, un hombre sin rostro,
una nieve turbia que oscurece el paisaje,
unos dioses desentendidos de la carne.
Veo en vuestros ojos cargados de miedo,
    sangre y silencio.

Un tiempo sin palabras, sin gestos,
un olvido consciente y lejano,
un tronco calcinado en el centro del pecho.
Un silencio amortiguado por cenizas,
una sangre que acude a su muerte,
a la deshora y al destiempo
para dar su último verso - antes de que se deshilvane
la noche y llegue el día -: sangre y silencio.

                XX

(Luciérnaga.)

Al otro lado del cristal sigo
persigo el lado del cristal opuesto
opongo la memoria al olvido
y bebo en la copa de cielo 
de tu vino de la noche y su espesura;
al otro lado del cristal sigo
persigo el lado del cristal opuesto;
en la dilación de los segundos
    espero
que la luz se vacíe en nuestros cuerpos:
dos luciérnagas sobrevolando el vino
    de la copa de cielo; 
se apresura a llegar el segundo
en que el cristal quiebre en mil fragmentos
y el olvido sea sólo un pretexto
para ignorar tu nombre y tu sonrisa;
    y decir: ¿cómo te llamas, oh luciérnaga,
te conozco? Creo que te he visto 
    sobrevolando una copa de vino;
    y relucías
en la noche y su espesura…

- Y en eso, llegan a casa, él abre la puerta
y le dice:
    tú primero -.

(Epílogo.)

Muero para volver a ser un niño
- ser niño y no ser pasado: éxtasis y angustia -,
para ver lo que queda de aquella retina inocente
tras la vegetación de la memoria ignota…

El tiempo es ya sólo sueño,
los muertos tocan a mi puerta,
hacen suyas las palabras del mundo, las del miedo:

A veces carne, sangre y silencio.

O sólo sangre y silencio.        Disyuntiva entre dos semejantes: 
O únicamente silencio;          ellos me empujan fuera del tiempo, 
sí, más bien así, vuelvo,        trato de volver al beso que te robé,
al silencio;                     si el tiempo volviera atrás,
a un tiempo de silencio:        ¡No hubiera cerrado los ojos!

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