Diario de invierno

Quizás el invierno termine, como cada año, perdonando a sus hijos y todo sea tan sólo un mal recuerdo, o no tan malo porque de todo se aprende, y todo es sentido, y la suma de todo puede que no sea más que la vida…

La ausencia de luz, los días más cortos, el frío… La tierra despertará y sus dones de luz y color volverán a acariciar nuestros sentidos: Oh primavera infinita. El primero y la segunda sucediéndose desde los orígenes.

Cada uno siente el invierno a su manera, y éste ha sido mi “Diario de invierno”.


1bEs una noche de la que no se vuelve
más grave que todos los pronósticos,
dejé la palabra olvidada
en la mesilla, junto a mis ojos.
El día es sólo una vasija
donde se remuelen los huesos y los tuétanos
y los vértigos de la existencia.


IMG_8760Hago las veces de narrador omnisciente. Si quisiéramos reproducir fielmente el diálogo de esta tarde de invierno adoptaríamos otra solución, pero no, me ha tocado a mí (¡a mí, que no existo!)

No voy a centrarme en la puntualidad con la que los dos personajes han acudido a su cita, ni los elementos de esta terraza de café, ni la tarde, aunque soleada, fría en que se desarrolla el encuentro. Ni en los pormenores del oficio de ella, a saber, la venta de bienes inmuebles, ni de lo que ha llevado a él a buscar una segunda residencia. Por supuesto nada de indumentarias ni gestos, nada de pormenorización de lo que consumen, ni los gestos amistosos de ambos, ni del camarero al preguntar qué desean. Ni de los argumentos de ella al hacerle ver que entre las fincas en su haber es más recomendable, porque sólo es un poco más cara, sólo un poco, prácticamente nada, la de dos dormitorios, y porque si alguna vez el mercado inmobiliario arrancara y quisiera después desprenderse de ella, le sería más fácil hacerlo, debido a que un apartamento de un solo dormitorio limita en gran manera el número de posibles compradores. Sólo voy a citar entre comillas el argumento de él  al decantarse por el pequeño apartamento, como una daga imaginaria que se clava en el pecho de su interlocutora dejándola sin respiración ni palabras: “Mi soledad cabe en tan poco”.


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Me despierto y se quiebra en mil fragmentos
este personaje que ayer existía;
contumaz idiotez de no llamar
las cosas por su nombre: me disperso
en poses fingidas miradas ausentes
en versos de muerte en vastos noviembres
en calles estrechas
madrugadas
llamando a sus hijos
y gritos buscando su garganta.
Todo por no remontarme a ese segundo
en que mi vida pasó
de largo
tras tus pasos.


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Así cayó sobre sus rodillas
aovillado en medio de la noche sola
crujiendo sus huesos sobre el tapete de la vida
sorbiendo los mocos nerviosos la ceniza
de su cadáver
enjugando sus lágrimas con pañuelos de tela.

Así nos pregunta en silencio
con un gesto que lo reduce
a la nada a la tierra al asfalto a los coches
torpemente aparcados a un trabajo
de apariencias a una
máscara común de voces iguales,
por qué tuvo que despertar y perderlo todo
ese sueño que valía más que toda su historia,
por qué verse obligado
a decir que una pesadilla es sólo
lo que va detrás de que los ojos se abran – algunos
lo llaman día-;
cuando aquella madrugada le había dado tanto:

aún nota que el corazón le palpita.


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Le salió un abismo a la semana
un poco más allá de sus uñas sucias.
Detrás del cristal veo
enero mirándome con ojos inquisidores,
enredándose sobre sí mismo
como un silencio en la espiral de sus pasos,
papeles y gallos incendiados
donde se dan cita todas las batallas:
Inútil sangre que acude a mis mejillas
cortadas por el aire frío de las ausencias.


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Para abrir el alma hay que cerrar los ojos,
de párpados para adentro
el mundo consabido torna clandestino
bajo la luz nueva de la sangre
en las sienes palpitando.
Imploro la calma, la memoria de los días
que me trajeron hasta aquí,
a este sillón a esta lámpara de pie
a los libros que sostengo en mis pobres manos
a estas cuatro paredes, mi cárcel de invierno,
que me ven cerrar los ojos buscando
un mundo que no existe
y, sin embargo, quiero enseñarte.


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Cuando mi voz ya no sea la luz
con que reinterpreto el mundo
ni el ungüento para las heridas
que el paso de los días dejó en mi rostro
entonces…

Cuando el tiempo  y sus azares
malogren la fotografía del ahora
y todo sea un recuerdo gris en la niebla de mi memoria,
como el polvo de la muerte que acabará por cubrir
a cada uno de nosotros,
entonces…

Volveré a la madrugada en que lo hicimos entre lágrimas
por entre caminos que aparecen vedados para mis ojos
como un acertijo lanzado desde la adolescencia
donde todo empezó,
habitando todos los cuerpos que amé
y no me deben nada.


Quizás sea la culpa
que carga contra mí en guerras sin tratados
andanadas de vacío:
En vanoIMG_8438
la sangre se derrama.
Mientras, la muerte
en los aledaños del destino
espera y calla.

Por eso, o
por algo más mundano o menos
poético
que no viene a cuento,
sé que nunca más volarán,
primavera,
mis besos a tus labios.

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