Comida de domingo

– ¡Venga, la comida está lista… pero dónde vais ahora… tenéis edad para volar y aún parecéis críos! – En un gesto de complicidad buscó la mirada de su nuera, Julia, que ya estaba sentada a la mesa. Sonrío levemente.

– Ahora mismo – contestó Fernando a su casi anciana madre, mientras terminaba de subir las escaleras con un balanceo de cabeza dirigido a Juan indicándole el camino a la que había sido su habitación de niños.
– Tengo que decirte algo; anoche me maté. Estaba en el baño, abrí el grifo, y me concentré en aguantar la respiración, como un reto infantil, hasta que el agua caliente saliera. No sé si me quemé de golpe o vi que no volvía la respiración cuando quise… el caso es que me caí hacia atrás y me di con la cabeza en el lavabo. Estaba muerto pero no podía hacerle eso a Julia. Ni ella ni yo estamos preparados. Creo que fue en una película de Woody Allen en la que un personaje le decía a otro que la entropía es aquello por lo que no podemos volver a meter la pasta de dientes en su tubo, o eso creo recordar. Por suerte no fue mucha la herida ni el cerebro que se salió. Pude hacer un arreglo tapándomelo con el pelo, casi no se nota.

– Un momento, ¿es carmín lo que llevas en los labios?

– Sí, estaban demasiado violáceos esta mañana al levantarme.

– Lo siento nene, lo siento mucho. ¿Qué vas a hacer?

– No puedo… así de golpe no puedo que Julia lo sepa… han sido muchos años de un lado para otro, por el trabajo, sin echar raíces (claro, amigos tuvimos en cada sitio… pero… ya me entiendes, todo parecía provisional, cualquier día otro destino… joder, ahora que estábamos todos tan cerca, nuestros padres, Carmen y tú!); en definitiva; teniéndonos el uno al otro solamente. He pensado en ir desapareciendo poco a poco, para que se vaya haciendo a la idea de una forma casi inconsciente. Creo que va a ser lo mejor. He pensado que después de comer y volver a casa, sentarme al lado de ella en el sofá e inspirar haciéndome oír, y aguantar la respiración cada vez más tiempo, hasta dejar de respirar, alargar los silencios en cada conversación hasta que no espere respuesta. No volver a dejar la ropa que vaya poniéndome en el cesto de la ropa sucia, ir deshaciéndome de ella, tirarla a la basura. Lo mismo que el perfume que dice que le encanta… Deshacerme de mis discos… esperar a que se duerma y salirme al salón, ir dejándole toda la cama a ella sola… No puedo hacerlo de otra forma… Terminar de irme poco a poco. Venga bajemos a comer, luego me pregunta qué hablo contigo que ella no pueda oír… ya sabes de forma pícara, creo que es para darle la razón a la mamá de que somos algo infantiles. Cuánto os voy a echar de menos, a todos.

–  Y yo a ti, Fernando.