Saludar, presentarme, y si no le es inoportuno
hacerle una pregunta – más teórica que otra cosa -,
y es sí, a la mediana edad,
juventud totalmente muerta
(en ella/ y lo siento, blasfemias / que ahora duelen
porque iban contra Dios, una suerte de ira irresoluta
¡y muy astuta!
que se hacía con mi voz. Lo siento, y ahora duelen);
y viendo la Iglesia como algo
que vela por el dogma
administra sacramentos,
cosa que respeto y a la que no me comprometo
porque no creo que pueda dar la talla
ante sus preceptos, soy de carne y hueso y de mala calidad,
y porque creo que al final
es otra obra de los hombres, y que por mucha Deidad
que hubiera en un principio, el propio hombre la viciará;
y lo que es más importante
creer que en la muerte todo muere
y que sin lo físico desaparece
esa conciencia que que ahora me ve / por detrás, /
mientras escribo, y que cae en el más absoluto vacío:
es la muerte que ahora digo
caduca espiga de trigo
sin eternidad
– Siempre me pierdo y no es mi afán robarle más tiempo –:
¿Puede uno como Kierkegaard, ser cristiano fuera de la Cristiandad?
¿Puede, como Spinoza, ver a Dios en las bondades del mundo,
en la naturaleza…? (¡qué más pretexto para querer estar vivo:
el Amor y la Alegría!);
Amar al prójimo y a Dios
y hacer de esto mi libertad
(¡Soy humano, carne y hueso…
pero no cejar en el empeño!)
¿Y vivir la hora que conmigo acaba
por conciencia limpia, como una pequeña salvación…?
(Y haber dejado en unos pocos
cómo siento
cómo amo y cómo pienso…
ya ves,
un epílogo en los otros
hasta que el tiempo
los enmudezca también)