Los pensamientos se engastarán en la noche,
la soledad y sus máscaras
multiplicarán los cuerpos.
Entre las ramas entrelazadas de los árboles
caerá, como una ola furiosa sobre sí misma,
la luna hecha añicos
– como el cristal que pasaremos media vida reconstruyendo:
en la primera mitad, lo rompimos -.
La amarra, el camino, el espejo:
el rostro que envejece al reflejarse.
La piedra, el retrato, el viento:
el velero al que mece el oleaje.
La pintura, el muelle, la calle:
el devenir del asfalto infame.
Luego, después de ahora – en verdad:
nunca, siempre… quién sabe -,
en la transparencia que guía los pasos de los ciegos
estarás tú siendo igual y distinta,
volviendo una y mil veces sobre ti misma…
y tan sólo serás – al zumbido de la luz sobre mi rostro –
la cicatriz que el tiempo deje en mi retina.