La música pendular como el humo del azufre…

La música pendular como el humo del azufre
el pensamiento se adelanta a unos días en Castilla
voces que se descolgarán de los balcones a mi paso
recordándome quien nunca seré, y que llego
tarde al trabajo, con barba de una semana
y con los ojos hinchados de la fiebre del deseo;
una jaula que contiene – bisagras
entumecidas – el canto húmedo del mundo y de las sensaciones
disolviéndose como un ansiolítico bajo la lengua
con pasos lentos y cicatrices:
fantasmas que temen haberse olvidado el libro
que ojeaban de madrugada
en los descansos de la culpa.
Yo me adelanto un paso hacia el regazo del verano
pidiéndole permiso, como un niño,
al hombre
que me mira desde el espejo.

La noche que se ha vuelto inmortal de tanto insomnio…

Me asustan las ausencias angulosas de tanta lejanía,
los claroscuros, más bien sombras, de la soledad,
la noche que se ha vuelto inmortal de tanto insomnio:
temor de que la mañana se olvide de tu nombre
cuando cruce la puerta para seguir los pasos de la rutina.

Mientras tanto, me vigila otro yo desde la fotografía
en la que comparto sonrisas con mi hermano,
en algún viaje en que me dejé un jirón de mi tiempo
hablando de proyectos que el miedo a vivir borraría:
como siempre.

Aunque quizás el futuro esté aún en su sitio
y sea tan sólo
salir de casa sin volver la vista
hacia el invierno y las excusas,

¡sólo abril y su luz tibia
y la frágil firmeza del que tarda en decidirse!