Me asustan las ausencias angulosas de tanta lejanía,
los claroscuros, más bien sombras, de la soledad,
la noche que se ha vuelto inmortal de tanto insomnio:
temor de que la mañana se olvide de tu nombre
cuando cruce la puerta para seguir los pasos de la rutina.
Mientras tanto, me vigila otro yo desde la fotografía
en la que comparto sonrisas con mi hermano,
en algún viaje en que me dejé un jirón de mi tiempo
hablando de proyectos que el miedo a vivir borraría:
como siempre.
Aunque quizás el futuro esté aún en su sitio
y sea tan sólo
salir de casa sin volver la vista
hacia el invierno y las excusas,
¡sólo abril y su luz tibia
y la frágil firmeza del que tarda en decidirse!