Sin título 4

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Hago las veces de narrador omnisciente. Si quisiéramos reproducir fielmente el diálogo de esta tarde de invierno adoptaríamos otra solución, pero no, me ha tocado a mí (¡a mí, que no existo!)

No voy a centrarme en la puntualidad con la que los dos personajes han acudido a su cita, ni los elementos de esta terraza de café, ni la tarde, aunque soleada, fría en que se desarrolla el encuentro. Ni en los pormenores del oficio de ella, a saber, la venta de bienes inmuebles, ni de lo que ha llevado a él a buscar una segunda residencia. Por supuesto nada de indumentarias ni gestos, nada de pormenorización de lo que consumen, ni los gestos amistosos de ambos, ni del camarero al preguntar qué desean. Ni de los argumentos de ella al hacerle ver que entre las fincas en su haber es más recomendable, porque sólo es un poco más cara, sólo un poco, prácticamente nada, la de dos dormitorios, y porque si alguna vez el mercado inmobiliario arrancara y quisiera después desprenderse de ella, le sería más fácil hacerlo, debido a que un apartamento de un solo dormitorio limita en gran manera el número de posibles compradores. Sólo voy a citar entre comillas el argumento de él  al decantarse por el pequeño apartamento, como una daga imaginaria que se clava en el pecho de su interlocutora dejándola sin respiración ni palabras: “Mi soledad cabe en tan poco”.