El despertador suena

Los hombres duermen,
las estrellas azules
velan sus sueños. El dolor
acumulado del día
se desdibuja o desvanece
al borde de almohadas blancas
o en mesitas de noche
junto a un vaso de agua mediado.

Ellos, con sus pijamas verdes
de siempre – casi infantiles –,
buscan maquinalmente un postura
más cómoda
cuando algún miembro de su cuerpo
empieza a entumecerse.

A las siete
el despertador suena
y el dolor acude al centro de sus pechos.

La voz quebrada.

Me rodean los brazos de esta tarde
con suaves guantes de lana dorada
oigo los orfeones de los rayos de sol
con sus reminiscencias de luna: ceniza
y grana.

Este día
esta luz
esta atalaya
de mis horas;
vuelvo la vista:
de granito veo mi cuerpo.
Miro hacia delante:
roja lava.

Miro a mi diestra con ojos siniestros,
                con ojos amarillos; hay otros, la tarde
                se espesa. Somos cientos flotando en el aire.

Hoy callo: rumio el silencio bajando
la vista – ¿Quién sabe? -.
¿Estaré naciendo de nuevo, madre?

Me sirvo
de estos versos
para descubrir el mundo:
misterioso, palpitante…

Nazco de nuevo; nazco, a cada paso nazco…
– Creo en las palabras, en el parir
de los ecos: preludio de voces -.

También está cansado mi verso
y sin embargo
renace.

¿Se convertirá mi voz quebrada
en timbales: un grito
desde el centro del páramo
hacia afuera: minando la tarde ?

¿En timbales…?
¿En timbales…?

¡En timbales!

La humedad, certera. Las palabras
                se ahogan: como un ojo cerrado,
                   como un labio cerrado: un beso machito.
                              Somos cientos galopando en la espuma.

¡Hacia Ti tiendo;
te busco; atropello
los pasos; alcanzo
mi sombra; muerdo
el aire!
A cada golpe de ira
a cada paso: ¿callo o grito?
¿Silencio o timbales?
Hablo conmigo con los tímpanos rotos
de miedo; con los ojos ya huecos
de lágrimas; con mis manos gastadas
de vértigo. Y callas – o callo,
quién sabe -.

Me miran los que pasan,
por el paseo que hay junto al río,
buscándote.

Y callas – o callo,
quién sabe -.

Somos cientos casi hundidos
                en el agua, ya no sabemos,
                a ciencia cierta, si algo nos arrastra;
                los cabellos se enredan uniendo
                una figura a otra figura, un cadáver
                a otro cadáver. El hedor
                debe ser insoportable. El mar espera
                – o el olvido, quién sabe -:
                Cuando llegue será tarde.
                Cuando lleguemos será tarde.
                Cuando hables

                      será tarde.