Naipes

Me derramo por las calles como huída del presente
y la tarde y las nubes de la tarde encienden un latido
llego a casa y los dominios del blanco
papel
esperan
que las larvas que la muerte posó en mi lengua
– las cadenas del silencio, la arcilla con que el tiempo
esculpe mi indolencia -; estallen en palabras
y sólo quede un hombre soñando el sueño
de los hombres:
el telúrico rugir del universo
el pálpito esdrújulo de la sangre por la carne
galopando…

Yo, que he conocido
las llagas hirviendo en la lengua del caballo
la propiedad sin cercas
la distancia entre dos lágrimas
la canción de la derrota de las hojas amarillas
hacia el mundo
goteando…

Yo, que siempre he acabado en mí mismo,
hoy empiezo otra partida – y me río de los naipes
que dicen que repartió el destino -,
sobre este papel
en blanco.

Zapatillas de casa

De mañana
el claroscuro deshace los sueños
la memoria nos sitúa en el raíl de la existencia
de nuevo
bajo una piel ya vieja.
Al pie de la cama: zapatillas de casa,
mirando a ras de suelo hasta ese momento,
ven cómo los fantasmas infantiles se funden con el dibujo del suelo
y desaparecen.
Huimos hacia delante con cara de adultos impasibles
aunque a veces
un frío se encarama a nuestra espalda
y la memoria del olvido golpea en nuestras sienes
quebrando la dovela del arco de la frente
que sostenía toda entereza:
por un momento nos asedia la tristeza.
Un leve suspiro, y seguimos
sacudiéndonos las dudas; afianzando un personaje,
huyendo hacia delante con gesto resuelto – hasta arrogante -;
hundiendo nuestra vista en la tinta de la prensa…
en cada nota de la realidad que nos distrae:

pero los fantasmas
bajo la cama
esperan.

Raíces

        Un día pensé
entrar en un poema con una bala entre los dientes,
    mordiéndola, para resistir
el tormento del asfalto reclamando la suela
cabizbaja de mis zapatos – los pasos en la desgana
        de una calle cualquiera
en la hora de la recogida selectiva de desgracias -,
las ojeras de una vida en círculo, el suspiro
que por repetición se ha grabado en el espejo: mañana
        seré otro.

        ¿Oís
cómo acecha el otoño desde no sé qué cielo con el tesón de los héroes
o los mendigos las tardes de lluvia?

¡Y no estás
        y así es el futuro!
Alguien debe cuidar con mucha ternura
este deseo que, como hoy,
        me doblega:
Desvalido levanto la mirada
ante mi propia herida:
soy: una vela que se consume
al abrigo de tu luz
        y mi mentira…
y quizás, yo, así, con un reloj en la garganta (como siempre y como
nunca: dos únicas horas en una esfera macilenta)
te encuentre sentada en un vértice del otoño
con las piernas cruzadas esperando un recuerdo
que ya es ceniza (Oíd: ceniza: raíces
        y ceniza)