No sé cómo llamarte…

A A.J.G.G.

¿Sabes madre?
Todas las estrellas de la noche se me han clavado en el pecho.
¡Todas!
He sentido al despertar el dolor de todos los hombres
pero también la luz que lo contradice.
Todo estaba lleno de ojos; pupilas que apenas
se vislumbraban por entre los ciempiés de sus pestañas.
Y todos cantaban – diría que felices -, por lo bajo,
en la antesala del alba.
¿Sabes?, en el reino de los sueños
casi siempre se olvidan los rencores;
me dicen, casi todos, que alguna vez han sentido
la humedad de un beso.
Ahí, donde te digo,
no hay números; sólo luz:
una luz como buriles y gubias y cinceles
que talla el día siguiente; uniendo
pretérito y futuro – ¿sabes? no somos tan libres como quisiéramos,
aunque a veces las lágrimas brotan de ella: de la libertad, que te juro
que la he sentido sólo una vez en la vida, y salía de la boca del estómago -;
aunque casi todos nos quitamos ese sayo
sacudiéndolo nerviosamente al despertar
con la esperanza de que no vean nuestros sueños
colgados de los ojos
al salir a la calle
y cruzarnos con El Otro.
Ya ves, madre, en vez de decir, mi semejante: OtroQueTambiénSueña,
lo miramos, cuando ya ha pasado, por encima
del hombro
con una especie de vergüenza y el deseo de que no nos descubra.
Como si fuera una debilidad tener sueños… y utopías…
Como si no pudiéramos tragarnos todas las heladas estrellas de la noche
y escupirlas en forma de cálidas palabras cuando proceda.
Yo voy a comer más estrellas
y más utopías
y más estrellas
y más utopías
que la realidad ha estado a punto de petrificarme en el paisaje
– pudiendo haber quedado ciego, sordo, mudo -,
y la boca de mi estómago morirse
de pena.

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