Sueño

Así pasó la noche,
soñando apresuradamente con despertar
y soñar el día;
desdeñando realidades y vilezas,
creando un mundo y un lenguaje:
un código con que circundar la vida,
y unos labios humedecidos de fatiga
de nombrarlo:
de tallar, a fuerza de voces, sus diminutos detalles
en el granito de la memoria
para saber que existimos.

Un hombre solo y una mujer sola
con la extraña sensación
de que la sangre sigue su curso, a embestidas,
bajo el légamo de la piel – donde el orfebre del ocaso
nos dio el verbo y nos arrojó a la tierra -,
sin tener en cuenta el témpano de hielo tras la retina
y el remanso en el corazón de unas leves ascuas ardiendo,
del que sueña
despierto.

Todo para que tal vez, como está escrito,
el tiempo torne verdadero al escaparse entre los dedos
incendiando los engranajes del olvido;
y que el recuerdo de cualquier día
se vaya cubriendo de polvo y telas de araña
como los muebles de una casa abandonada,
como el que se abandona al sueño
y – quién sabe -, a la vida:
al lento transcurrir de los años que cierra las heridas.

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