Algunas tardes pasa una sombra;
resta palabras
a cada paso
del libro que leo, hasta
que queda en blanco.
Luego, en el polvo muriente que va
desde mis ojos al horizonte,
sus pasos se extravían
como se perdieron las cicatrices
bajo tu piel violácea,
como el suelo helado
bajo la nieve.
La noche partió contigo
y sólo queda la caracola de la tristeza
que puebla mis oídos
de los gemidos de otros.
Así sé que no estoy solo
y que cuando amanezca
la luz andará pisando las huellas de los pasos de sus hijos.