¿Te ha pasado alguna vez, camarada,
que después de una siesta de una tarde
infernal de finales de junio,
te despiertas
con el sabor del desierto en tu garganta;
y sin saber por qué
acuden a tu mente cosas tales
como
la libertad – dibujada en una escena
de hombres que resisten una tormenta de horas
sintiendo la rabia:
lo ves en sus bocas entreabiertas -;
la belleza – proporciones… esculturas
que sólo existen en tus ojos -;
el miedo que sentimos ante la muerte…
y entonces
como un sonámbulo embebido de Historia,
llegas donde siempre
y te ponen un café
que esa tarde
está perfecto;
y caes en la cuenta
de cuántas
veces
nos hemos perdido las cosas pequeñas
por andar pensando en ideas demasiado grandes?
A mí sí,
esta tarde.