He rumiado el cansancio
en silencio
de madrugada
camino a una casa
llena
de fantasmas:
Trazas de seres, que acaso,
alguna vez me quisieron:
que alguna vez yo quise…
Todos miran
al encender yo la luz – a la entrada -,
la tristeza que se dibuja en mi rostro.
¡Voy a soñar, y a olvidaros!
Pero sueño con ellos
y ellas; y tal vez,
al día siguiente – pensando yo en un «ya
ha pasado» – aún oigo sus voces
– demasiado vivas –
dentro de mí, a modo
de una conciencia, que de extraña
he hecho mía.
Más difuso cada día
quedo.
Intento construir un pacto,
una tregua,
con ellos, y
ellas; pero resulta
que incluso
– unas pocas veces, eso sí –
llegan a hablar por mi garganta.
Entonces salgo
de casa, con el sol ya fuera,
y no encuentro mi sombra
en el suelo, o en la pared,
– o donde corresponda -;
y caigo en la cuenta
que sólo soy el fantasma
de lo que queda:
más o menos nada.