Las nubes se visten de piedra
con la seriedad del payaso que envejece de golpe
las solitarias calles pintadas de tiza
miran el cielo
y rehúsan la luz huidiza que queda y aun así
todo lo impregna
Pasan los días como trenes mudos por estaciones de piedra
como hombres de piedra en estaciones mudas
sosteniendo un billete hacia la nada
El decorado del mundo se resquebraja
ante la mirada ausente de un busto de piedra
queda un segundo horizonte de piedras mudas
en el instante en que se comprende
que la mitad de la vida se ha ido
levantar la vista y sentir el vértigo
Pende un reloj del cielo
donde el tiempo transcurre rápido
donde el tiempo parece frío
hay un corazón de piedra en mi pecho helado
sostengo un billete hacia la nada
Evito como puedo
la resaca de las horas
el carmín apagado de un atardecer que hoy
no es visible
el ladrido de un perro que divide el tiempo en dos
y el gato que se aparta de mi camino en el instante que paso
y que queda en tierra de nadie: en tiempo de nadie
Los coches aparcados en la calle atestiguan
que llego a casa con la cara violácea del cadáver
lo juran y perjuran por los ídolos los dioses solitarios los altos campanarios donde
el tañido de las campanas
recuerda
que nada no nos protege
ni a mí ni a ti ni a las pequeñas cosas
baila el silencio en la garganta
las nubes se entumecen en el cielo
por el olor cortante
a ceniza
siento la mordedura de unos dientes invisibles
el grito de una garganta que alguien olvidó en la calle
la soledad que pesa en mis párpados
los pasos indecisos que me llevan a casa donde
¡sólo tengo unos versos por trinchera!