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El tiempo barajando las vidas
la fría razón tratando de abrirse paso en nuestro pecho
la magia de la conciencia queriendo detener un segundo
la imagen, que como la niebla, fluye ante nuestros ojos.

El eco, el remordimiento y el caos
que con mentiras hemos domado,
o,
las cifras que se descuelgan del campanario
– vigilante -. El mundo
de los sueños,
la espuma suicida en el romper de las olas.

El vacío
el dolor
las dudas:
la vida, cuatro letras y un desorden
y el ancla del amor

frente al desfiladero de la muerte.

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Soy tinta. Sueño
con caer en un libro en blanco,
romper el silencio con mis huesos quebrados…
y contar tu historia:
los amantes que pasaron por tu cama
– los nuevos amantes se ríen de sus predecesores,
ventilan
sus secretos: Ley
de vida -.

De momento
hago acopio de sol para el largo invierno de mi soledad; ¿Dónde
moriré este año?

Vuelvo
a los surcos de las sábanas que hicieron no sé ya qué cuerpos… pero
tu cama…

Y el amor que avisa a la muerte para que afile su guadaña.

Y miro con los ojos del tedio…

Y miro
con los ojos del tedio
cómo se alarga mi sombra al caer la tarde:
sillón de mimbre (dicen que de mi abuelo,
como podría haber sido
el río, de tanto mirarlo: La otra opción
era
mirar la posguerra y el hambre).

Zarandeo de palmeras,
claroscuro del alma,
cae la noche y me escoro
hacia delante
para mirar el miedo a los ojos.

Lujuria y hogueras – titilar del fuego
encerrando cien formas en huída constante -;
al caer la noche, carne
que lacerarán las estrellas. En mí
habito. Una línea divide en dos el horizonte:
cresterías coronadas por el peine de los pinos
en cuyos brazos se pierde el aire.
Y silban, y llaman, y emplazan, y citan
– de memoria –
a la humedad palpitante.

como la espuma en las oquedades del silencio

Déjame ir, que me vacíe
como la espuma en las oquedades del silencio,
en los azules y púrpuras – cielo:
irremediable cielo.

Estoy
frente a ti: nunca
he existido – certidumbre
inexorable como el tiempo.

Soy
un espejo frente al tiempo – paso
con pasos lentos.
Llevo – y no digo tengo – un interrogante
en mi pecho: o un sinfín
de preguntas a la puerta de un sabio ciego.

Heridas, tantas
veces herido – llaga
que no cabe en un color: metal
que agoniza: que se quiebra
en la mortal mentira:
volcán, amor, ceniza.

Tantas
palabras como sumas
de tantas vidas – ¿Recuerdas
cómo buscaba tu espalda
o tu sombra ?– como una nube
vaciándose de agua: estertor,
más tiempo: pedía
más tiempo: tú yo, más tiempo: nace,
resucita, muere
en la tarde, al fondo: rojo,
como un silencio exhausto
en un día de agosto: polvo
que nace germina y que
apenas se conoce.

Extralimitación final para un silencio;
gramíneas, ojos, espuma.
Vuela
la tarde hacia su ocaso
hacia la luz que se vence
sobre su planta. Hermética y triste,
buscando un lugar donde guarecerse
del timbal de las pesadillas – martilleo
de la culpa en las sienes.

Oquedades, espuma:
Vientre.

¿Puedo?

Si indagan, si quiebran
mis huesos como una tortura
de mercurio
¿Puedo
decirles tu nombre?

Si paseo, y guardan la noche
una hilera de ventanas con cortinas
descorridas
y avanza junio a mi lado
y me detengo en los bares
donde canto mis pesares
como una letanía
que alcanza la mañana ya
sin mí a su lado.

Si vuelvo sobre mis pasos
con un corazón menos y carcomidos
los nudos sarmentosos de la memoria
y una lengua blanca con gusanos metódicos.

Si sólo quedara el misterio y la ceniza
queriendo ser el verso de lo eterno
y la cara oculta de la luna
donde se citan tantos nombres
silenciados en la plata del silencio…

¿Puedo?

… el pecado orgulloso de masturbarme pensando en ti cada día…

La primavera avanza
sobre el recuerdo del invierno,
mis ojos vibran
inyectados en fuego.

Me siento
como una maraña de viento
enredándose
entre las velas de este barco, dando
la razón al ingenio,

o el pecado orgulloso
de masturbarme pensando en ti
cada día

podría amarte de memoria:
carne trémula, exhorto de vida,
piedra sobre piedra se erige mi verbo,
hacia tu cuello, hacia tus labios,
y sin embargo
la voz se me entrecorta ante
tanto miedo ante
tanto frío ante
tanto invierno que se repite
bajo mis pasos, como un desfile
de miradas ausentes y cristales rotos:
escoltados por los muertos que seremos.

Desnudos

Estamos porque hemos venido, parece
una idiotez
lo que digo, pero digo
estamos porque hemos venido, y ya es mucho
que los jirones que nos hemos dejado en el tiempo, en
los bares (llorando), en los espejos del día después
(temblando), en el río
en que nos bañamos, y el vino
que esperaba a la salida, o el frío
de las largas noches en vela, que calaba
hasta los huesos; la hiel
y el cansancio, no han sido
suficientes
para que no vengamos
a este día.
Venimos, y acatamos la sentencia
del tiempo que nos queda
mirando
al futuro,
con esperanza y con decencia,
desnudos.
Desnudos, como nacimos.

…Retratos en blanco y negro

Hablan de mapas, yo
de la geometría de la memoria:
de espacios que se vacían de cuerpos
mientras la lluvia cae
despacio, sin futuro.

… De retratos en blanco y negro;  me debo
al intento de comprender cada historia,
amigo o enemigo, prójimo, al fin
y al cabo.

… De retratos en blanco y negro
que acuden a mi mente
mi entras yo, ay tiempo infinito,
comienzo a borrarme, a fundirme,
gesto a gesto, despacio y sin futuro,
con quien quiera guardarme en su recuerdo.

La música pendular como el humo del azufre…

La música pendular como el humo del azufre
el pensamiento se adelanta a unos días en Castilla
voces que se descolgarán de los balcones a mi paso
recordándome quien nunca seré, y que llego
tarde al trabajo, con barba de una semana
y con los ojos hinchados de la fiebre del deseo;
una jaula que contiene – bisagras
entumecidas – el canto húmedo del mundo y de las sensaciones
disolviéndose como un ansiolítico bajo la lengua
con pasos lentos y cicatrices:
fantasmas que temen haberse olvidado el libro
que ojeaban de madrugada
en los descansos de la culpa.
Yo me adelanto un paso hacia el regazo del verano
pidiéndole permiso, como un niño,
al hombre
que me mira desde el espejo.

La noche que se ha vuelto inmortal de tanto insomnio…

Me asustan las ausencias angulosas de tanta lejanía,
los claroscuros, más bien sombras, de la soledad,
la noche que se ha vuelto inmortal de tanto insomnio:
temor de que la mañana se olvide de tu nombre
cuando cruce la puerta para seguir los pasos de la rutina.

Mientras tanto, me vigila otro yo desde la fotografía
en la que comparto sonrisas con mi hermano,
en algún viaje en que me dejé un jirón de mi tiempo
hablando de proyectos que el miedo a vivir borraría:
como siempre.

Aunque quizás el futuro esté aún en su sitio
y sea tan sólo
salir de casa sin volver la vista
hacia el invierno y las excusas,

¡sólo abril y su luz tibia
y la frágil firmeza del que tarda en decidirse!

Sin título 7

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Así cayó sobre sus rodillas
aovillado en medio de la noche sola
crujiendo sus huesos sobre el tapete de la vida
sorbiendo los mocos nerviosos la ceniza
de su cadáver
enjugando sus lágrimas con pañuelos de tela.

Así nos pregunta en silencio
con un gesto que lo reduce
a la nada a la tierra al asfalto a los coches
torpemente aparcados a un trabajo
de apariencias a una
máscara común de voces iguales,
por qué tuvo que despertar y perderlo todo
ese sueño que valía más que toda su historia,
por qué verse obligado
a decir que una pesadilla es sólo
lo que va detrás de que los ojos se abran – algunos
lo llaman día-;
cuando aquella madrugada le había dado tanto:

aún nota que el corazón le palpita.

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IMG_8590 - copia

Hago las veces de narrador omnisciente. Si quisiéramos reproducir fielmente el diálogo de esta tarde de invierno adoptaríamos otra solución, pero no, me ha tocado a mí (¡a mí, que no existo!)

No voy a centrarme en la puntualidad con la que los dos personajes han acudido a su cita, ni los elementos de esta terraza de café, ni la tarde, aunque soleada, fría en que se desarrolla el encuentro. Ni en los pormenores del oficio de ella, a saber, la venta de bienes inmuebles, ni de lo que ha llevado a él a buscar una segunda residencia. Por supuesto nada de indumentarias ni gestos, nada de pormenorización de lo que consumen, ni los gestos amistosos de ambos, ni del camarero al preguntar qué desean. Ni de los argumentos de ella al hacerle ver que entre las fincas en su haber es más recomendable, porque sólo es un poco más cara, sólo un poco, prácticamente nada, la de dos dormitorios, y porque si alguna vez el mercado inmobiliario arrancara y quisiera después desprenderse de ella, le sería más fácil hacerlo, debido a que un apartamento de un solo dormitorio limita en gran manera el número de posibles compradores. Sólo voy a citar entre comillas el argumento de él  al decantarse por el pequeño apartamento, como una daga imaginaria que se clava en el pecho de su interlocutora dejándola sin respiración ni palabras: “Mi soledad cabe en tan poco”.

Primavera

Y como cada año, en silencio,
aguarda su turno:
aovillada como una criatura de cristal
bajo la tierra:
maleficio malogrado del frío húmedo.
Y emerge sin pudor hacia el cielo;
orgullo
del trabajo bien hecho, sin violencia.
Ímpetu mudo que renueva el mundo
de color y de belleza:
primavera.

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deshojar el tiempo en cenizas y esperanza

Yo quisiera comprender esa poesía:
los meandros del río que dibujas cuando andas.
Los pasos que constituirán tu vida
no obedecerán a una biografía, ni un destino; por mucho
que lo prometan los silencios y las sombras.
Como el ancho desierto que atravieso cada día
a ciegas:
clavo
mis ojos en un pensamiento firme:
¿Qué constituye los cimientos
de la vida?
… siempre está la culpa
que me canta al oído mi desdicha
gris, intrascendente: como el mudo grito ahogado
de los muertos y los nudos vegetales de sus huesos:
osamentas que desfilan en vano por los aledaños del olvido…
y un río que me quema:
estela
de tus aguas:
y mi naufragio.
Todo se funde en el ocaso
(me he perdido cien veces huyendo de la noche hacia la aurora…)
Después
nada,
siquiera
el vibrar de mi garganta (contengo
el aliento con angustia)
Nada, nada, nada, nada:
los cuatro puntos cardinales de este cuerpo.
Baja, te espero,
donde dios sueña el sueño de los hombres
donde los espejos no reflejan imagen alguna
donde el amor escapó por vez primera
de las sombras
y vio la luz:
y la luz penetró las aguas:
claridades efímeras; sólo eso… sólo eso…
el resto
palabras.
Entro
entro en ti
como la luz en la noche destruyendo lo sabido:
certeza de la carne y su nado a contramuerte:
deshojar el tiempo en cenizas y esperanza.

… matando el tiempo hasta que el tiempo me mate …

Detalles y matices esperan durmiendo
tras la piel: siempre,
con la persistencia del pan
que se amasa
día tras día; siempre (hoy nevará en el infierno,
y las placentas de las madres envolverán el frío primero;
seres que desde la sombra la luz alcanzan: ilusiones:
la vejez se lleva en la sangre: sin vela
no hay noche)
Siempre el soliloquio ante el espejo o la estampida
si el cristal contradice mis palabras:
Siempre
matando el tiempo hasta que el tiempo me mate.
Siempre,
siempre vuelve la primavera tras la imperiosa llamada del amor
y la luz se adentra por mis ojos
hasta que miren y crean, o por lo menos
recuerden
por qué enfermaron… A veces
me veo en el espejo, junto a mí,
diciéndome al oído: eres
la vieja guardia, y sabes
cómo matar el tiempo hasta que el tiempo te mate.

Abro los ojos a la hora en que la noche se marcha a casa
y quedo solo ante el espejo.

Otro mañana que es hoy: la sustancia
sobre la que se edifican los anhelos.

hacia el pan de mediodía…

Volaré
hacia el pan del mediodía
y en las comisuras de los labios
un sabor a ti…
La destreza de las horas bajando
el sol hacia el horizonte, haciendo
las sombras más alargadas sobre las aceras de la calle:
la tarde se llenará de zancadas alargadas y pasos hacia la nada
que conducen a una casa
vacía.
Volarán
las sombras hacia la noche para hacerla más oscura
confundiendo los caminos de las criaturas de Dios
para que el pan de cada día sólo sea
la tortura repetida de un recuerdo sin objeto:
un bosquejo borroso en la nebulosa de mi frente.
Echo de menos
un camino de vuelta a la alegría
la sonrisa reflejada en una botella de vino
los duendes de la locura revoloteando
por mi lengua
al hacerte promesas que nunca cumpliré.

con la seriedad del payaso que envejece de golpe…

Las nubes se visten de piedra
con la seriedad del payaso que envejece de golpe
las solitarias calles pintadas de tiza
miran el cielo
y rehúsan la luz huidiza que queda y aun así
todo lo impregna

Pasan los días como trenes mudos por estaciones de piedra
como hombres de piedra en estaciones mudas
sosteniendo un billete hacia la nada

El decorado del mundo se resquebraja
ante la mirada ausente de un busto de piedra
queda un segundo horizonte de piedras mudas
en el instante en que se comprende
que la mitad de la vida se ha ido
levantar la vista y sentir el vértigo

Pende un reloj del cielo
donde el tiempo transcurre rápido
donde el tiempo parece frío
hay un corazón de piedra en mi pecho helado
sostengo un billete hacia la nada

Evito como puedo
la resaca de las horas
el carmín apagado de un atardecer que hoy
no es visible
el ladrido de un perro que divide el tiempo en dos
y el gato que se aparta de mi camino en el instante que paso
y que queda en tierra de nadie: en tiempo de nadie

Los coches aparcados en la calle atestiguan
que llego a casa con la cara violácea del cadáver
lo juran y perjuran por los ídolos los dioses solitarios los altos campanarios donde
el tañido de las campanas
recuerda
que nada no nos protege
ni a mí ni a ti ni a las pequeñas cosas
baila el silencio en la garganta
las nubes se entumecen en el cielo
por el olor cortante
a ceniza
siento la mordedura de unos dientes invisibles
el grito de una garganta que alguien olvidó en la calle
la soledad que pesa en mis párpados
los pasos indecisos que me llevan a casa donde
¡sólo tengo unos versos por trinchera!

El hombre del saco

Los mares de la calma en que habita la esperanza
los ojos que miran fijamente la luz de las cosas
la espera que marca y te transforma en otro
cuando las manos entumecidas se tornan en un puño.

Se resisten las voces a quedar calladas en el abismo
sólo claudican los malos amantes en la noche oscura
y vuelven los ídolos en sus pedestales a ser sólo ídolos
y los dioses vagan por el Olimpo ociosos, sin gracia.

Vuelve tu boca a pronunciar ese nombre ante el espejo
y las formas y los colores, todos evocan tu cuerpo,
baten las alas las aves a lo lejos, en el horizonte,
mientras la nube pasa con su nariz de payaso
para quedarse inmóvil una fracción de segundo:

Quizás eso sea la eternidad, algo más mundana
de lo que nos contaron.
Quizás el tiempo no cese, sólo nuestros ojos
que ávidos de calma inventan el instante
en que todo llega y nada pasa de largo.

Quizás, ahora, en mi cama tumbado,
el espacio y el tiempo sólo sean la mortal mentira
con la que con forma de hombre del saco
me enseñaron a tener miedo del hombre y la alegría.

¡Ay corazón!

¡Ay corazón! ¡Ay corazón ignorante!
desterrado de este tiempo
desterrado de este aire
hundido a ras de suelo.

¡Ay ignorancia que late
en mi pecho! Y digo
con palabras de amante:
¡De miedo tiemblo! ¡Herido!

¡Ay si fueras tierra,
camino,
verdad que verdad encierra!
¡Solo, conmigo!

¡Frío, sí, frío en mi pecho!
Aún noto tu cuchillo
acero y espalda uno
lecho, humilde lecho
chiquillo, humilde chiquillo
¡Mar, humilde Neptuno!

Otoño en familia

 

Caigo como una hoja en el vasto otoño
las tonalidades languidecen
y pesan detrás de los párpados:
Tantas
    tantas imágenes mortecinas
roen los tuétanos de mi osamenta
como el tiempo invisible que deshace una pieza de música.

Las mieles de su entrepierna
    cuántas vidas para olvidarlas.

Acaso cae una nota de la noche
las pesadillas son anecdóticas – sintomáticas -: perros
abriéndome el cuello
buscando la palabra que me redima (recorre
un escalofrío las sombras hasta morir en mi espalda);
un soldado nazi en un tranvía – bancos de madera -:
lo asalta la belleza y tira su pistola: y llora
y despierto llorando.

Busco un sendero en la ceniza
que me lleve a la mañana
y ahí está mi familia para abrazarme
para decirme
    sin decir nada
        todo pasa.

Burbujas

Pesa la mañana tras los párpados.
Casi a tientas – pájaros de ayer
arañan el cristal de la ventana;
¿o sus trinos? -. Solo,
traslúcido y pastoso
– apenas una sombra inanimada -.
Una vieja camisa, unos vaqueros,
una cazadora azul que sabe de memoria
el camino
al trabajo;
dan cierta forma humana
a este error de nacimiento.
Inspiro, aguato el aire
en el pecho
me sumerjo en el día y sus consecuencias.
A veces veo burbujas
que acarician, cuando suben,
mis mejillas: dicen
que hablo.

Podrías…

Podrías ser la ventana entreabierta
en la que han muerto tantos veranos
un perro que lame las heridas
de una roca que hiere el horizonte
un domingo cansado de andar
la semana con los pies llagados
el plumero que le salió a la vecina
un poco más allá de los dedos
cuatro paredes que recogen la luz
de una lámpara que cuelga y siente
el vértigo de la existencia; o un río
que erosiona la vida con diplomacia
que convierte la noche en alba
como un mago que confunde al prójimo
la ley del silencio en la casa
de un predicado que mira ausente.
Podrías ser la ventana entreabierta
por la que se deslizó la noche
y durmió a mi lado: o un poema
que ayuda a cambiar de estación
de piel de sangre de ideas
viejas como mis penas, o
una hoja que se equivoca de otoño
y traza, en su caída, la silueta
de alguien que amé
una tarde que me equivoqué de vida.
La melodía que olvidé
en los aledaños de tu vestido
un casa tallada en piedra
un sueño durmiendo en la acera
la arena tostándose al sol
en una playa de nudistas
flores desnudas temblando
en el tallo de una caricia
un rayo que cae del cielo
y arranca cientos de aplausos
el lenguaje que hay oculto
en el zumbido de no sé qué insecto.
Podrías ser tantas cosas…
y todas son la misma: el lento transcurrir del tiempo
con que se llenan siempre los días.

Muebles

A lo lejos
quedan a lo lejos habitaciones
vacías puertas cerradas palabras – ecos –
golpeando una y otra vez portalámparas jarrones
cisnes de cristal jarrones con forma
de cisnes
preguntas que quedaron en el aire. Muebles negros
bajo una fina capa de polvo o de tiempo
que mira por las ventanas
la maleza que crece y queda en suspenso.
Y duermo y despierto y duermo y despierto
y en el sueño del día y de la noche
un silencio estridente arde y amenaza
la calle
    con entrar por los cristales
el trino de los pájaros
    con insultarme
el espejo
    con escupirme.
Vuelvo sobre mis pasos por entre los muebles
del otoñó (quizás de otra casa pero
el mismo polvo)
con el miedo de tropezar con algún muerto
o alguna tumba cavada en el suelo;
y a tientas, entre olor a vinagre,
salgo a la calle: septiembre y carcoma y octubre con sábados inmóviles (años iguales
por venir entre la niebla de los años).
La ceremonia del viento enroscado
en la tarde
me trastoca:
Pienso en los juegos de palabras y la magia
que subía por la senda de tu cuello hasta tu boca.
Pienso que basta con cerrar los ojos para estar solo.
Vuelvo adentro de cualquier casa – de la misma
casa -, y
como siempre, ebrio de tiempo que me sobra,
mis dedos dibujan formas irreconocibles en el polvo de los muebles:
mesas y sillas pensando sillas y mesas; y una alfombra:
huellas de juegos infantiles: añoranza.
Pienso en la calidez de la carne, en el aliento alcohólico de los cobardes rompiendo
los muebles al llegar a casa, en las lágrimas que llenan la noche
y el alba (podríamos escribir en círculo
hasta comprender el odio atropellando los pasos
del odio).
Habría ido a buscarte
más allá de la música
más allá de la forma
más allá de la memoria: entre los coches mal aparcados y la ceniza
de las hojas de los árboles de ceniza
y de la lluvia que limpia
la tarde y el olvido
    y de la luz que todo lo ciega…
        cualquier amor sin nombre
            cualquier habitación vacía.
Podría haber perseguido mi sombra
por las paredes de las casas por los adoquines
de la calle. Podría haber perseguido mi sombra
entre gemidos de los rostros que dicen que tuve;
y mi verso en la piel traslúcida de los muertos
o en las tapias de los huertos que rodeaban mi pueblo…
El corazón sigue latiendo y es todo lo que tengo.
Todo lo demás es la soledad asomándose a una ventana entreabierta.
Así es la vida: las huellas que deja el tiempo
en la carne, las huellas
que deja el amor en los labios
de nadie.

Naipes

Me derramo por las calles como huída del presente
y la tarde y las nubes de la tarde encienden un latido
llego a casa y los dominios del blanco
papel
esperan
que las larvas que la muerte posó en mi lengua
– las cadenas del silencio, la arcilla con que el tiempo
esculpe mi indolencia -; estallen en palabras
y sólo quede un hombre soñando el sueño
de los hombres:
el telúrico rugir del universo
el pálpito esdrújulo de la sangre por la carne
galopando…

Yo, que he conocido
las llagas hirviendo en la lengua del caballo
la propiedad sin cercas
la distancia entre dos lágrimas
la canción de la derrota de las hojas amarillas
hacia el mundo
goteando…

Yo, que siempre he acabado en mí mismo,
hoy empiezo otra partida – y me río de los naipes
que dicen que repartió el destino -,
sobre este papel
en blanco.

Zapatillas de casa

De mañana
el claroscuro deshace los sueños
la memoria nos sitúa en el raíl de la existencia
de nuevo
bajo una piel ya vieja.
Al pie de la cama: zapatillas de casa,
mirando a ras de suelo hasta ese momento,
ven cómo los fantasmas infantiles se funden con el dibujo del suelo
y desaparecen.
Huimos hacia delante con cara de adultos impasibles
aunque a veces
un frío se encarama a nuestra espalda
y la memoria del olvido golpea en nuestras sienes
quebrando la dovela del arco de la frente
que sostenía toda entereza:
por un momento nos asedia la tristeza.
Un leve suspiro, y seguimos
sacudiéndonos las dudas; afianzando un personaje,
huyendo hacia delante con gesto resuelto – hasta arrogante -;
hundiendo nuestra vista en la tinta de la prensa…
en cada nota de la realidad que nos distrae:

pero los fantasmas
bajo la cama
esperan.

Raíces

        Un día pensé
entrar en un poema con una bala entre los dientes,
    mordiéndola, para resistir
el tormento del asfalto reclamando la suela
cabizbaja de mis zapatos – los pasos en la desgana
        de una calle cualquiera
en la hora de la recogida selectiva de desgracias -,
las ojeras de una vida en círculo, el suspiro
que por repetición se ha grabado en el espejo: mañana
        seré otro.

        ¿Oís
cómo acecha el otoño desde no sé qué cielo con el tesón de los héroes
o los mendigos las tardes de lluvia?

¡Y no estás
        y así es el futuro!
Alguien debe cuidar con mucha ternura
este deseo que, como hoy,
        me doblega:
Desvalido levanto la mirada
ante mi propia herida:
soy: una vela que se consume
al abrigo de tu luz
        y mi mentira…
y quizás, yo, así, con un reloj en la garganta (como siempre y como
nunca: dos únicas horas en una esfera macilenta)
te encuentre sentada en un vértice del otoño
con las piernas cruzadas esperando un recuerdo
que ya es ceniza (Oíd: ceniza: raíces
        y ceniza)

Comida de domingo

– ¡Venga, la comida está lista… pero dónde vais ahora… tenéis edad para volar y aún parecéis críos! – En un gesto de complicidad buscó la mirada de su nuera, Julia, que ya estaba sentada a la mesa. Sonrío levemente.

– Ahora mismo – contestó Fernando a su casi anciana madre, mientras terminaba de subir las escaleras con un balanceo de cabeza dirigido a Juan indicándole el camino a la que había sido su habitación de niños.
– Tengo que decirte algo; anoche me maté. Estaba en el baño, abrí el grifo, y me concentré en aguantar la respiración, como un reto infantil, hasta que el agua caliente saliera. No sé si me quemé de golpe o vi que no volvía la respiración cuando quise… el caso es que me caí hacia atrás y me di con la cabeza en el lavabo. Estaba muerto pero no podía hacerle eso a Julia. Ni ella ni yo estamos preparados. Creo que fue en una película de Woody Allen en la que un personaje le decía a otro que la entropía es aquello por lo que no podemos volver a meter la pasta de dientes en su tubo, o eso creo recordar. Por suerte no fue mucha la herida ni el cerebro que se salió. Pude hacer un arreglo tapándomelo con el pelo, casi no se nota.

– Un momento, ¿es carmín lo que llevas en los labios?

– Sí, estaban demasiado violáceos esta mañana al levantarme.

– Lo siento nene, lo siento mucho. ¿Qué vas a hacer?

– No puedo… así de golpe no puedo que Julia lo sepa… han sido muchos años de un lado para otro, por el trabajo, sin echar raíces (claro, amigos tuvimos en cada sitio… pero… ya me entiendes, todo parecía provisional, cualquier día otro destino… joder, ahora que estábamos todos tan cerca, nuestros padres, Carmen y tú!); en definitiva; teniéndonos el uno al otro solamente. He pensado en ir desapareciendo poco a poco, para que se vaya haciendo a la idea de una forma casi inconsciente. Creo que va a ser lo mejor. He pensado que después de comer y volver a casa, sentarme al lado de ella en el sofá e inspirar haciéndome oír, y aguantar la respiración cada vez más tiempo, hasta dejar de respirar, alargar los silencios en cada conversación hasta que no espere respuesta. No volver a dejar la ropa que vaya poniéndome en el cesto de la ropa sucia, ir deshaciéndome de ella, tirarla a la basura. Lo mismo que el perfume que dice que le encanta… Deshacerme de mis discos… esperar a que se duerma y salirme al salón, ir dejándole toda la cama a ella sola… No puedo hacerlo de otra forma… Terminar de irme poco a poco. Venga bajemos a comer, luego me pregunta qué hablo contigo que ella no pueda oír… ya sabes de forma pícara, creo que es para darle la razón a la mamá de que somos algo infantiles. Cuánto os voy a echar de menos, a todos.

–  Y yo a ti, Fernando.

Poema oscuro

Bajo siete soles
manos curtidas, vientos áridos.
Sangrando los labios, y las palabras
– las palabras sangran cuando callan -.
Aguza el oído la madre tierra
y llama a sus hijos.
Fosos dispuestos en la tarde quebrada
fosas comunes para hombres comunes
    (largo adiós
        ríos mares cielos…);
cansados de morir cada día
    mueren:
Hacia la Gran Noche – sin luna ni estrellas
¡hasta sin frío ni tinieblas: sólo noche!
Murmura el silencio, grazna el silencio
su melodía
aguza el oído la madre tierra…

El acero corta la tierra y lanza
la tierra
    contra el féretro.
Torbellinos de silencio arrogándose toda esperanza
crujir de madera
clavos que sellan toda palabra
Aguza el oído la madre tierra…

El hombre, cortado en tallo de vida
como las flores en ofrenda.
Crespón crespones arcilla resquebrajada
    qué molde, qué tuétanos de qué sangre
    arcilla… polvo que ciega la mirada.
                            Siete soles
                        seis manos
                    cinco lágrimas caen sin saber hacia dónde
                cuatro clavos en las esquinas
            tres nudos en la garganta
        dos sollozos contenidos
    un sonido.

Aguza la tierra su oído
    para sentirlo.
Aguza la tierra su oído
(¡Y llama a sus hijos… y sigue llamándolos…!)
    para sentirlo.

Y cae la zarpa desde un cielo plomizo
    hienas
    carroñeras a lomos de desidia y segundos
        polvorientos.
Roña en las uñas, hielo, témpanos de hielo,
    tallos de piedra:
    mueren las rosas.
La coartada del silencio
música geométrica que busca su sitio…
Y nada… mares de nada…
    El exilio
    la carne desterrada
Aguza la tierra su oído.

Hay una razón con más peso
una casa mortuoria con visillos
    raídos
el cielo se apaga
caen los párpados buscando su centro.
Pregunta cómo se llama el difunto el tiempo
        en una esquina.
Se ciernen los abismos
    dientes amarillos
        labios exangües
            gargantas en silencio
Aguza la tierra su oído
aguza la tierra su oído.

Los engranajes del tiempo
llenan de silencio
las catedrales.
En sus muros de piedra
golpea el aire
la lluvia;
y el murmullo de los que ya murieron
    encuentra su sitio.
Se unen dos mundos
a espaldas del mundo
– sin testigos –
Aguza la tierra su oído
– se expande y contrae la historia: la misma historia
    contada con mil mitos –
        para abrazar a sus hijos.

Viernes…

Nacen las aceras de un sueño macilento, deambulan sombras con gafas sobre ellas. Provisto de un cierto arte, el ulular del viento se cuela por las rendijas de las ventanas… estrellas, vacío, orines de perros escuálidos en tapacubos de coches rozados: imborrables huellas del tiempo, de realidad austera que resiste a la poesía. Atronador eco hermético de cancelas sacudidas. Pasar página. Un latido dentro de otro latido se enhebra. Bocas entreabiertas, ronquidos lánguidos se aposentan sobre los labios con sus piernas colgando al interior de la boca. Abismo. Se preguntan la hora con desdén esperando la mañana.
El alba, tostadas, crepitar de plásticos que magdalenas envolvían;  cafeteras silbando. Huellas humanas en cabeceras calientes. Dios poniendo a sus hijos ante espejos; ojos rojizos, pasta de dientes. Orín, más orín amarillento, anaranjado. Los proyectos que se untan en una rebanada de futuro inmediato. Salen miles de personas en silencio de sus casas, inspiran; de cualquier rincón oscuro, con catanas, arcos y flechas, disparan bostezos fríos a sus rostros. Y actúan. Libertad de las nubes al salir a la calle, madreselvas de desgracia en radios chirriantes de coches que llevan al trabajo. Alguno va andando y entra a un bar, buenos días. Segundo café, tintineo de cucharas agudo, escalofríos en los párpados. La semana a contradanza ha llegado hasta el viernes. Memorizo cada gesto de las caras que a él se dirigen. Escupitajo en la acera. Murmullo de las hojas de los plátanos acariciando el aire… Una frente sudorosa y una respiración entrecortada acuden al joven que trota por la calle. Golpea en sus sienes la sangre. Las aceras ya despiertas recogen en caer de sus pisadas. Acompasa su respiración el mundo, planisferio urbano donde descansará el sábado y el domingo. Y un ser mitológico cansado de sí mismo cargando a las espaldas todas nuestras vidas: las miserias y alegrías; la poesía y la prosa de que están hechos los días.
Cargo mi revolver con seis viernes en su tambor. Disparo en mi sien izquierda. Me suicido de una semana que se ha hecho larga esperándote. Viernes.

Entrelíneas…

Aquí, un hombre
leyendo entrelíneas el horizonte que se desvanece:
vetusta alianza del día hacia la noche, entreacto
en definitiva, donde
sólo el trino de los pájaros
– y el ladrido de algún perro –
sacuden el silencio de las rocas,
como la próxima mañana en la que de rocío
el tiempo antiguo habrá cubierto el mundo, crepitando
los pasos anónimos por la hierba humedecida.

Aquí, un hombre
muere un poco cada tarde; mas
se hinchen
sus ojos – abiertos,
siempre abiertos, como sus oídos,
como su pecho… –
de paisaje de silencio y de mundo.

Aquí, un hombre
caduco, imperfecto.

Aquí, un hombre
alegre, sereno.

Poema con hipervínculo

No sé si sueño con bailar o bailo.
Alguien dejó este poema sobre mi mesa
para que yo creyera escribirlo; ¿Sabes
lo que es querer estirar de su primer verso
hasta arrancarlo; sabes lo que es suspirar contra el destino
cansado de luchar,
y cansado de rendirse? Sin embargo
hoy ni me canso ni lucho ni me rindo: sólo
bailo.
Y cuando la Luna
sacuda sus máculas sobre los capós de los coches
y se incendie la memoria con esta melodía que ahora me atrapa
– aunque ruja la nada, aunque de los brocales de no sé qué minas
sean escupidas las flechas  que sitiaron mi pueblo mis raíces y mi esperanza;
hasta que pueda decir qué bello es el silencio cuando no hay remordimientos -; sólo
diré:
ven, baila.
Y leo este poema que alguien dejó en mi mesa, y veo
cómo se extienden sus versos hasta llegar al final de la página;
y sigo… y bailo
en el borde afilado del papel que paso.
Mis hombros me insuflan la vida
– o la vida de este cuerpo que alguien dejó sobre una silla
frente a un poema sobre una mesa
para que creyera escribirlo -.
Y bailo
y la música me mece
y me pesan los párpados
y me acomodo a cada nota
sin perder de vista esta libreta.
Y no sé nada, sólo
que una voz rota que todo lo inunda
se ha quedado con mi casa
sin pagar un solo recibo de la hipoteca.

http://www.youtube.com/watch?v=d3sk_37W04c

Gotelé

Lanza un grito desde la suela de los zapatos
a la altura de su boca una mueca se deshilacha
vuelve a su soledad con el rabo entre las piernas
pensando en el fuego de sus antepasados.
Repasando el gotelé de su cuarto de niño de memoria
le cae el techo  encima como un lunes traicionero
sacude el polvo de su flequillo adolescente
asomándose  a un seto de voces de otros jóvenes sin rostro
– ¡a fulanica me la follaría! -.
Pasa las horas y los años entre sueños, labios torcidos de desgana,
música que se ahoga en primeros calimochos…
y pesadillas:
Está dentro de un tambor: uñas y estridencias.
Añora lo que nunca tuvo, deserta de su rostro:
veinte lágrimas salen de sus ojos, derrapan justo antes de colisionar con la barba,
y se avergüenzan.
¡Tres dos uno: despierta! (le dice el café cada mañana)
Y no pasa nada.
Nada por el mar de la memoria:
Naufraga vomita maldice… ¡Nada! Grita
nada… grita grita grita – a veces para adentro:
acidez, más labios torcidos, un esguince en las pestañas y dos padrastros irreversibles -.
Cada noche le dice al despertador que lo llame a las siete
deja un lámpara encendida: luz tenue.
Notas para no perderse en el día siguiente.
Y busca en el gotelé la estela de su vida.

Triángulo.

Contornos contoneándose bajo el manto de la luna, la misma que guía los pezones que se escapan de sus dedos hacia el cielo; volcanes, timbales ensordecidos… viento: qué sombras acaricias y vences, contra qué agua mansamente adormecida; prolegómenos de qué música, nervaduras de qué carne. Cuerpos extasiados en madera milenaria se convierten, brazos enroscados en figuras caprichosas como esculpe el tiempo las cortezas de los aletargados troncos, de qué piel pálida; espinas, de qué flores; encajes, de qué voces. Naturaleza vegetal en la comisura de los labios, pupilas clavadas en éter, iris en penumbra circundado de jazmín profuso. Inspiran. Acueductos entre sus dedos y su espalda, un jirón de pasión se sale de una curva, cama abajo… suelo vigilante que lucha por no extraviarse en detalles de su geometría invariable. Inventario de ropas en el olvido engastadas. Zapatos sin dueño empiezan y terminan el camino sobre sí mismos. Pasos, círculos, huellas heladas al pie de qué cama. Bocas que rodean las bocas, lenguas que salen, buscan, palpan comisuras de cobre entre dos piernas. Preludio de arco y flechas, hacía qué nube. Tensiones, contracciones… ¿piedras? ¿de qué frío? ¿en qué aurora despiertan? ¿de qué sueño? Deseo moviendo el universo, estrellas que vibran, se contraen y explotan. Surcos en las sábanas, huellas de nadie como pasos al encuentro del otro. Contraluz filtrándose en las ventanas. Cataratas entrepierna abajo, choque, espuma. ¿Contra qué lecho? ¿Qué meandros conducen hacia qué madrugada? Cuatro ojos, dos testigos, veinte dedos melancólicos palpando dos rostros en penumbra. Humedad ciega.

Antes: claroscuro de alféizares y portales, besos en penumbra. Palabras sobre palabras, silencios robados entre dos rostros, cuatro ojos: de dos en dos, puentes tendidos. Desmantelada fiereza hacia la tibieza de su nuca. Susurro que cabe en un oído, lóbulos trémulos, hombro abajo, rayo helado hacia el centro de su cuerpo. Destino y origen, pestañas enredadas. Carne apresada en tejidos, mil corazones en cada pliegue y cada costura. Sangre devastada, puntos cardinales y sólo un camino. Pálpito de pálpitos en la boca de dos estómagos danzando. Sí, no. No, sí. Soporta una frente a otra frente. Triángulo.

Consuelo

Nada
nada encontrará la muerte cuando se pose en mis ojos
cuando los párpados caigan ciegos sobre ese día inhábil
cuando el telón festeje que no queda nadie
sobre el escenario; y el aire se pierda en la niebla
y la niebla en frío inapelable.

Nada
nada más que simas abiertas en mi carne,
labios violáceos, gesto de ausencia,
tiempo helado en mis venas ahogándose,
últimas esquirlas de luz
de sueños desangrándose.

Nada
nada encontrará en mi pecho
sólo larvas de miedo
carroñeras de gris plumaje
parásitos innombrables
que ya habían empezado a matarme.

No pienses que me ahogo en detalles trascendentes
que me pierdo en no sé qué luces de que otros hablan;
que la vida ha dado vueltas, no la muerte
que cierra su canción con un llanto de tristeza.
¡Mas dondequiera brota de la nada otro llanto de esperanza
el de algún niño que a vivir empieza!

Diciembre

Los mástiles de antenas hieren la noche,
los tejados helados, con su frente,
sostienen estrellas y sueños.
Avanza una pequeña nube hasta privar de luz lo que queda de mundo.

Diciembre queda suspendido entre las sienes
de esa persona que alguna vez nos dijo algo importante
mientras mirábamos el móvil con el rabillo del ojo.

Todo es quietud,
y en el silencio,
se puede oír cómo crecen las uñas,
cómo resbala la inmundicia debajo de las tapas del alcantarillado,
cómo laten los corazones bajo el pecho de la gente dormida
– al unísono –,
rogándole, inconscientes, a Dios, que el mundo sea un poco más cálido:
ese ahuecar las manos y echar el vaho dentro.

Dios estará en el trino de los pájaros
que aún quedan en invierno,
en el primer rayo de sol que quiebra soledades:
en todo lo que obviaremos cuando,
al despertar,
sólo nos importe nuestro rostro ante el espejo.

Latidos

Diástole

…esparciéndose, como un metal fundido,
albergando formas rotas, huyendo
del redil del orden…

Perlada la frente del ímpetu:
la savia que explota en sus oídos sordos;
o el horizonte, que de un zarpazo,
robó a la tarde.

Sístole

Todo acude a su centro:
a la llamada del nombre;
al monólogo
que la ira
petrificó ante sus ojos:
el vacío con que el silencio
llenaría su vida – después del entreacto -:
la infinita libertad que trajo
– para siempre –
un no
pronunciado con el gesto serio
y frío
como esa tarde de diciembre.

Hambre de ti en noviembre idealizado

Noviembre se marcha
con piedras desnudas y cristales
empañados;
con la savia petrificada
y las hojas amarillas de desidia;
con lápidas
cubiertas de un rocío
que bien pudiera ser
hijastro de la escarcha;
con escuetas sonrisas
acomodadas en bufandas:
desdén en las miradas
de los ojos llorosos y desnudos
en los tan abrigados rostros;
pasos presurosos que parece
que niegan un saludo
al despuntar la mañana.
La herrumbre de siempre
húmeda como nunca.
El derrumbe de las tardes
desplomándose en la noche
sin que nadie
tome nota.

Noviembre sin ti sin mí sin nadie
noviembre en la mesa, junto
al pan de la derrota…

Sin ti si mí sin nadie…

Y se cava un pozo en mi estómago
que alimenta la tristeza…
y que confundo con el hambre.

En fin…

Hoy
no hay forma de darle giro a este poema;
todo ha amanecido disperso ante mis ojos:

Los fríos pomos de las puertas
las llaves de la luz sin brillo
las escaleras, de mármol blanco:
surcos, marcas: rechinar culpable de pasos inocentes;
todo
parece ajeno a mi conciencia:

Un pensamiento
que una mosca de la siesta de otro hombre
– quizás sea así –
posa en mi entrecejo
como una moneda en la ranura
de la alcancía de un niño anhelante:

¿Recuerdas la dureza
de los minerales? Talco, cuarzo, diamante…
Colegio de muros anchos
cristales que no ajustaban
a su marco…

Así se inaugura la mañana
con las cejas arqueadas y mi garganta
repitiéndome,
ajena a mí,
que hoy
no hay forma de darle giro a este poema:

Me sorprenden dos ronquidos en la cafetera
dos huellas de sonámbulo en el azucarero
un espasmo que me apunta a la boca del estómago
con un viejo fusil,
pijamas sirviéndose un tazón
de avena
diciéndome
que hoy
no hay forma de darle giro a este poema:

En fin…