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Soy tinta. Sueño
con caer en un libro en blanco,
romper el silencio con mis huesos quebrados…
y contar tu historia:
los amantes que pasaron por tu cama
– los nuevos amantes se ríen de sus predecesores,
ventilan
sus secretos: Ley
de vida -.

De momento
hago acopio de sol para el largo invierno de mi soledad; ¿Dónde
moriré este año?

Vuelvo
a los surcos de las sábanas que hicieron no sé ya qué cuerpos… pero
tu cama…

Y el amor que avisa a la muerte para que afile su guadaña.

Y miro con los ojos del tedio…

Y miro
con los ojos del tedio
cómo se alarga mi sombra al caer la tarde:
sillón de mimbre (dicen que de mi abuelo,
como podría haber sido
el río, de tanto mirarlo: La otra opción
era
mirar la posguerra y el hambre).

Zarandeo de palmeras,
claroscuro del alma,
cae la noche y me escoro
hacia delante
para mirar el miedo a los ojos.

Lujuria y hogueras – titilar del fuego
encerrando cien formas en huída constante -;
al caer la noche, carne
que lacerarán las estrellas. En mí
habito. Una línea divide en dos el horizonte:
cresterías coronadas por el peine de los pinos
en cuyos brazos se pierde el aire.
Y silban, y llaman, y emplazan, y citan
– de memoria –
a la humedad palpitante.

como la espuma en las oquedades del silencio

Déjame ir, que me vacíe
como la espuma en las oquedades del silencio,
en los azules y púrpuras – cielo:
irremediable cielo.

Estoy
frente a ti: nunca
he existido – certidumbre
inexorable como el tiempo.

Soy
un espejo frente al tiempo – paso
con pasos lentos.
Llevo – y no digo tengo – un interrogante
en mi pecho: o un sinfín
de preguntas a la puerta de un sabio ciego.

Heridas, tantas
veces herido – llaga
que no cabe en un color: metal
que agoniza: que se quiebra
en la mortal mentira:
volcán, amor, ceniza.

Tantas
palabras como sumas
de tantas vidas – ¿Recuerdas
cómo buscaba tu espalda
o tu sombra ?– como una nube
vaciándose de agua: estertor,
más tiempo: pedía
más tiempo: tú yo, más tiempo: nace,
resucita, muere
en la tarde, al fondo: rojo,
como un silencio exhausto
en un día de agosto: polvo
que nace germina y que
apenas se conoce.

Extralimitación final para un silencio;
gramíneas, ojos, espuma.
Vuela
la tarde hacia su ocaso
hacia la luz que se vence
sobre su planta. Hermética y triste,
buscando un lugar donde guarecerse
del timbal de las pesadillas – martilleo
de la culpa en las sienes.

Oquedades, espuma:
Vientre.

¿Puedo?

Si indagan, si quiebran
mis huesos como una tortura
de mercurio
¿Puedo
decirles tu nombre?

Si paseo, y guardan la noche
una hilera de ventanas con cortinas
descorridas
y avanza junio a mi lado
y me detengo en los bares
donde canto mis pesares
como una letanía
que alcanza la mañana ya
sin mí a su lado.

Si vuelvo sobre mis pasos
con un corazón menos y carcomidos
los nudos sarmentosos de la memoria
y una lengua blanca con gusanos metódicos.

Si sólo quedara el misterio y la ceniza
queriendo ser el verso de lo eterno
y la cara oculta de la luna
donde se citan tantos nombres
silenciados en la plata del silencio…

¿Puedo?

… el pecado orgulloso de masturbarme pensando en ti cada día…

La primavera avanza
sobre el recuerdo del invierno,
mis ojos vibran
inyectados en fuego.

Me siento
como una maraña de viento
enredándose
entre las velas de este barco, dando
la razón al ingenio,

o el pecado orgulloso
de masturbarme pensando en ti
cada día

podría amarte de memoria:
carne trémula, exhorto de vida,
piedra sobre piedra se erige mi verbo,
hacia tu cuello, hacia tus labios,
y sin embargo
la voz se me entrecorta ante
tanto miedo ante
tanto frío ante
tanto invierno que se repite
bajo mis pasos, como un desfile
de miradas ausentes y cristales rotos:
escoltados por los muertos que seremos.

…Retratos en blanco y negro

Hablan de mapas, yo
de la geometría de la memoria:
de espacios que se vacían de cuerpos
mientras la lluvia cae
despacio, sin futuro.

… De retratos en blanco y negro;  me debo
al intento de comprender cada historia,
amigo o enemigo, prójimo, al fin
y al cabo.

… De retratos en blanco y negro
que acuden a mi mente
mi entras yo, ay tiempo infinito,
comienzo a borrarme, a fundirme,
gesto a gesto, despacio y sin futuro,
con quien quiera guardarme en su recuerdo.

La música pendular como el humo del azufre…

La música pendular como el humo del azufre
el pensamiento se adelanta a unos días en Castilla
voces que se descolgarán de los balcones a mi paso
recordándome quien nunca seré, y que llego
tarde al trabajo, con barba de una semana
y con los ojos hinchados de la fiebre del deseo;
una jaula que contiene – bisagras
entumecidas – el canto húmedo del mundo y de las sensaciones
disolviéndose como un ansiolítico bajo la lengua
con pasos lentos y cicatrices:
fantasmas que temen haberse olvidado el libro
que ojeaban de madrugada
en los descansos de la culpa.
Yo me adelanto un paso hacia el regazo del verano
pidiéndole permiso, como un niño,
al hombre
que me mira desde el espejo.

La noche que se ha vuelto inmortal de tanto insomnio…

Me asustan las ausencias angulosas de tanta lejanía,
los claroscuros, más bien sombras, de la soledad,
la noche que se ha vuelto inmortal de tanto insomnio:
temor de que la mañana se olvide de tu nombre
cuando cruce la puerta para seguir los pasos de la rutina.

Mientras tanto, me vigila otro yo desde la fotografía
en la que comparto sonrisas con mi hermano,
en algún viaje en que me dejé un jirón de mi tiempo
hablando de proyectos que el miedo a vivir borraría:
como siempre.

Aunque quizás el futuro esté aún en su sitio
y sea tan sólo
salir de casa sin volver la vista
hacia el invierno y las excusas,

¡sólo abril y su luz tibia
y la frágil firmeza del que tarda en decidirse!

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Así cayó sobre sus rodillas
aovillado en medio de la noche sola
crujiendo sus huesos sobre el tapete de la vida
sorbiendo los mocos nerviosos la ceniza
de su cadáver
enjugando sus lágrimas con pañuelos de tela.

Así nos pregunta en silencio
con un gesto que lo reduce
a la nada a la tierra al asfalto a los coches
torpemente aparcados a un trabajo
de apariencias a una
máscara común de voces iguales,
por qué tuvo que despertar y perderlo todo
ese sueño que valía más que toda su historia,
por qué verse obligado
a decir que una pesadilla es sólo
lo que va detrás de que los ojos se abran – algunos
lo llaman día-;
cuando aquella madrugada le había dado tanto:

aún nota que el corazón le palpita.

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Hago las veces de narrador omnisciente. Si quisiéramos reproducir fielmente el diálogo de esta tarde de invierno adoptaríamos otra solución, pero no, me ha tocado a mí (¡a mí, que no existo!)

No voy a centrarme en la puntualidad con la que los dos personajes han acudido a su cita, ni los elementos de esta terraza de café, ni la tarde, aunque soleada, fría en que se desarrolla el encuentro. Ni en los pormenores del oficio de ella, a saber, la venta de bienes inmuebles, ni de lo que ha llevado a él a buscar una segunda residencia. Por supuesto nada de indumentarias ni gestos, nada de pormenorización de lo que consumen, ni los gestos amistosos de ambos, ni del camarero al preguntar qué desean. Ni de los argumentos de ella al hacerle ver que entre las fincas en su haber es más recomendable, porque sólo es un poco más cara, sólo un poco, prácticamente nada, la de dos dormitorios, y porque si alguna vez el mercado inmobiliario arrancara y quisiera después desprenderse de ella, le sería más fácil hacerlo, debido a que un apartamento de un solo dormitorio limita en gran manera el número de posibles compradores. Sólo voy a citar entre comillas el argumento de él  al decantarse por el pequeño apartamento, como una daga imaginaria que se clava en el pecho de su interlocutora dejándola sin respiración ni palabras: “Mi soledad cabe en tan poco”.

Primavera

Y como cada año, en silencio,
aguarda su turno:
aovillada como una criatura de cristal
bajo la tierra:
maleficio malogrado del frío húmedo.
Y emerge sin pudor hacia el cielo;
orgullo
del trabajo bien hecho, sin violencia.
Ímpetu mudo que renueva el mundo
de color y de belleza:
primavera.

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¡Ay corazón!

¡Ay corazón! ¡Ay corazón ignorante!
desterrado de este tiempo
desterrado de este aire
hundido a ras de suelo.

¡Ay ignorancia que late
en mi pecho! Y digo
con palabras de amante:
¡De miedo tiemblo! ¡Herido!

¡Ay si fueras tierra,
camino,
verdad que verdad encierra!
¡Solo, conmigo!

¡Frío, sí, frío en mi pecho!
Aún noto tu cuchillo
acero y espalda uno
lecho, humilde lecho
chiquillo, humilde chiquillo
¡Mar, humilde Neptuno!

Podrías…

Podrías ser la ventana entreabierta
en la que han muerto tantos veranos
un perro que lame las heridas
de una roca que hiere el horizonte
un domingo cansado de andar
la semana con los pies llagados
el plumero que le salió a la vecina
un poco más allá de los dedos
cuatro paredes que recogen la luz
de una lámpara que cuelga y siente
el vértigo de la existencia; o un río
que erosiona la vida con diplomacia
que convierte la noche en alba
como un mago que confunde al prójimo
la ley del silencio en la casa
de un predicado que mira ausente.
Podrías ser la ventana entreabierta
por la que se deslizó la noche
y durmió a mi lado: o un poema
que ayuda a cambiar de estación
de piel de sangre de ideas
viejas como mis penas, o
una hoja que se equivoca de otoño
y traza, en su caída, la silueta
de alguien que amé
una tarde que me equivoqué de vida.
La melodía que olvidé
en los aledaños de tu vestido
un casa tallada en piedra
un sueño durmiendo en la acera
la arena tostándose al sol
en una playa de nudistas
flores desnudas temblando
en el tallo de una caricia
un rayo que cae del cielo
y arranca cientos de aplausos
el lenguaje que hay oculto
en el zumbido de no sé qué insecto.
Podrías ser tantas cosas…
y todas son la misma: el lento transcurrir del tiempo
con que se llenan siempre los días.

Comida de domingo

– ¡Venga, la comida está lista… pero dónde vais ahora… tenéis edad para volar y aún parecéis críos! – En un gesto de complicidad buscó la mirada de su nuera, Julia, que ya estaba sentada a la mesa. Sonrío levemente.

– Ahora mismo – contestó Fernando a su casi anciana madre, mientras terminaba de subir las escaleras con un balanceo de cabeza dirigido a Juan indicándole el camino a la que había sido su habitación de niños.
– Tengo que decirte algo; anoche me maté. Estaba en el baño, abrí el grifo, y me concentré en aguantar la respiración, como un reto infantil, hasta que el agua caliente saliera. No sé si me quemé de golpe o vi que no volvía la respiración cuando quise… el caso es que me caí hacia atrás y me di con la cabeza en el lavabo. Estaba muerto pero no podía hacerle eso a Julia. Ni ella ni yo estamos preparados. Creo que fue en una película de Woody Allen en la que un personaje le decía a otro que la entropía es aquello por lo que no podemos volver a meter la pasta de dientes en su tubo, o eso creo recordar. Por suerte no fue mucha la herida ni el cerebro que se salió. Pude hacer un arreglo tapándomelo con el pelo, casi no se nota.

– Un momento, ¿es carmín lo que llevas en los labios?

– Sí, estaban demasiado violáceos esta mañana al levantarme.

– Lo siento nene, lo siento mucho. ¿Qué vas a hacer?

– No puedo… así de golpe no puedo que Julia lo sepa… han sido muchos años de un lado para otro, por el trabajo, sin echar raíces (claro, amigos tuvimos en cada sitio… pero… ya me entiendes, todo parecía provisional, cualquier día otro destino… joder, ahora que estábamos todos tan cerca, nuestros padres, Carmen y tú!); en definitiva; teniéndonos el uno al otro solamente. He pensado en ir desapareciendo poco a poco, para que se vaya haciendo a la idea de una forma casi inconsciente. Creo que va a ser lo mejor. He pensado que después de comer y volver a casa, sentarme al lado de ella en el sofá e inspirar haciéndome oír, y aguantar la respiración cada vez más tiempo, hasta dejar de respirar, alargar los silencios en cada conversación hasta que no espere respuesta. No volver a dejar la ropa que vaya poniéndome en el cesto de la ropa sucia, ir deshaciéndome de ella, tirarla a la basura. Lo mismo que el perfume que dice que le encanta… Deshacerme de mis discos… esperar a que se duerma y salirme al salón, ir dejándole toda la cama a ella sola… No puedo hacerlo de otra forma… Terminar de irme poco a poco. Venga bajemos a comer, luego me pregunta qué hablo contigo que ella no pueda oír… ya sabes de forma pícara, creo que es para darle la razón a la mamá de que somos algo infantiles. Cuánto os voy a echar de menos, a todos.

–  Y yo a ti, Fernando.

Poema con hipervínculo

No sé si sueño con bailar o bailo.
Alguien dejó este poema sobre mi mesa
para que yo creyera escribirlo; ¿Sabes
lo que es querer estirar de su primer verso
hasta arrancarlo; sabes lo que es suspirar contra el destino
cansado de luchar,
y cansado de rendirse? Sin embargo
hoy ni me canso ni lucho ni me rindo: sólo
bailo.
Y cuando la Luna
sacuda sus máculas sobre los capós de los coches
y se incendie la memoria con esta melodía que ahora me atrapa
– aunque ruja la nada, aunque de los brocales de no sé qué minas
sean escupidas las flechas  que sitiaron mi pueblo mis raíces y mi esperanza;
hasta que pueda decir qué bello es el silencio cuando no hay remordimientos -; sólo
diré:
ven, baila.
Y leo este poema que alguien dejó en mi mesa, y veo
cómo se extienden sus versos hasta llegar al final de la página;
y sigo… y bailo
en el borde afilado del papel que paso.
Mis hombros me insuflan la vida
– o la vida de este cuerpo que alguien dejó sobre una silla
frente a un poema sobre una mesa
para que creyera escribirlo -.
Y bailo
y la música me mece
y me pesan los párpados
y me acomodo a cada nota
sin perder de vista esta libreta.
Y no sé nada, sólo
que una voz rota que todo lo inunda
se ha quedado con mi casa
sin pagar un solo recibo de la hipoteca.

http://www.youtube.com/watch?v=d3sk_37W04c

Inundaciones

Movimientos:
sístole y diástole cabalgan en los labios,
respiración entrecortada – jadeos
que empapelan las paredes, desteñidas
por el tiempo: presente que suma
inspiraciones pasadas -, lenguas
que reciben su forma
del negativo
de la piel salada;
conjugación de humedades,
dedos buscando oquedades
primitivas
que el olvido
olvidó de borrar; jirones
de noche y de luna…
miradas en penumbra…
gemidos ahogados:
inundaciones.

Intentando aprender a escribir (4)

Por mucho que brillara el arco iris que tus ojos anunciaban, y que los corceles de luz que impresionaban mi retina con esbozos de tu ser en su costado relincharan, por lo bajo, casi rozando el cálido suelo (¿acaso insinuaban el silencio que quedaría en el vacío más absoluto de la mañana?); por mucho que la madrugada se cubriera de música que brotaba de los altavoces viejos y sucios y que, como una cascada, terminaba humedeciendo la superficie de losas irregulares… por mucho que ahora yo diga (y comprendo al pronunciar estas palabras que, a veces, resistirse no cambia nada)… en la tierra se pudren los recuerdos; siempre. Serías eso: un recuerdo que a las horas comenzaría a esfumarse, el resto de un árbol después del incendio; un nombre colgado del vacío que crujía al romperse; un rostro que comenzaba a poblarse con la neblina de la desmemoria; unas palabras (o su eco, no lo tengo claro) que desmenuzaron los minutos siguientes y que no pude recomponer: Una idea, la salvación que me hacía falta – ni más ni menos – en ese instante.

El sol salió y calentó las cañas que escoltan el eterno devenir de las aguas de aquel río anónimo, y el asfalto del que mucho después emanaría el vapor que dibuja en el aire el fantasma que un día seremos. Todos volvimos a nuestra vida cotidiana. Mas a veces, como ese sueño que no recordamos de la noche anterior, pero que a la hora del café, a media mañana, descarga detrás de nuestros ojos, como un hachazo certero, unos datos mínimos; sé que estuve frente a ti. Incluso así, por mucho que quiera evocarte, unos labios moviéndose en una atmósfera confusa es lo único que se dibuja en la pizarra de mi existencia (a la que sigo mirando con ojos de niño), junto a cuatro quimeras tontas que aún me quedan; una suerte de belleza que impresionó (debió ser así) mis sentidos. Y la tristeza de no tener la memoria de un libro que siempre cuenta el mismo relato; nada. O poco más que nada. Una mísera batalla perdida en las fronteras del alba.

Dios estaba al lado. Bailaba. No me llevo bien con Él y me da cosa preguntarle si recuerda tu nombre. Me parece egoísta, ventajista, oportunista… no, eso no se hace.

Futuro laboral…

– Lo sé hijo, lo sé; no has tenido suerte. No te voy a recriminar nada, pero tampoco quiero dejarlo así, sin decirte lo que pienso: Sé que había pocas posibilidades, que ese año convocaron pocas plazas para bombero en los lugares donde te hubiera gustado trabajar, pero eso no quita que te faltara constancia, que si nunca encontrabas el momento adecuado, que si andabas bajo de fuerzas; y la constancia, en unas oposiciones, tanto en la parte teórica, como en la preparación de las pruebas físicas, es medio paso para alcanzar el objetivo.
>> También es verdad que todo lo que has probado, por una cosa u otra, lo has dejado a medias; sólo, lo que se dice terminar, acabaste el COU, y repitiendo una vez con unas cuantas asignaturas. Pero es que así no se puede, no puede perder uno el rumbo a la más mínima, porque ahora apetece esto, luego lo otro… ya te estarás dando cuenta, ¿no?, creces, y un trabajo no es un capricho, es lo más necesario de todo, te da el dinero con el que pagas desde la gasolina del coche a las camisas esas caras que te gustan… bueno, y la satisfacción de parecerse a uno mismo útil, que también es grato, no me lo negarás.
>> Pero siempre te han durado poco, que si no me pagan demasiado y que no es para toda la vida, los horarios de mierda de que te quejas… pues nada, tú sabrás.
>> ¿Me lo estás pidiendo en serio, de verdad quieres echarme una mano, de una manera más o menos impregnada de futuro, en la funeraria? El trabajo es agotador, somos pocos, todo el tiempo tu tío y yo… y… bueno, el ayudante, pero ése es como si no lo contáramos. ¿De verdad que te interesa? Es duro hijo mío: los horarios sobre todo. Aquí no cabe eso de abro de 8 a 17.
>> Y luego… luego… ¿de verdad…? Mira, te lo voy a decir, como tu abuelo nos lo dijo a tu tío y a mí, en su día, con una tranquilidad pasmosa… ¡yo no daba crédito a lo que decía! Algunas veces le habíamos echado una mano, pero en ese preciso instante él supo que nos haríamos cargo, de por vida, del negocio familiar.
>> ¿Estás preparado? Pues bien, los muertos piden cosas, y raras. Al principio no sabes qué es, pero cuando estás al lado de ellos, preparándolos, vistiéndolos, al poco de morir, oyes en el interior de tu cabeza unos susurros; te sales por la tangente y piensas que es una corriente de aire, un grifo que gotea, alguna música lejana que pierde… nitidez, eso, nitidez… y te llega un sonido que lo achacas a cualquier cosas menos a lo que es: que los muertos, durante un tiempo después de morir, hablan.
>> Con la experiencia aprendes que se trata de algo transitorio, ni ellos son conscientes de que han muerto, o por lo menos, no del todo. Hora tras hora van cayendo en la cuenta, y al final cesa toda esa actividad que no sé muy bien de dónde viene. Saben que les pasa algo fuera de lo normal, pero hasta las horas, no saben que se trata de su propia muerte. Adivinas en qué tramo de ese camino de un solo sentido están por cómo te lo piden, y el contenido del asunto.
>> No hace mucho tuve una mujer mayor que tenía un hijo único, de esos eternos solteros que al final entierra a los padres y se queda a vivir en la misma casa donde nació, y donde morirá… Pues bien, en el silencio de aquella tarde, antes de prepararla para el velatorio, me repitió por lo menos cien veces que le dijera a su hijo que quitara la comida del fuego. Insistía e insistía. Con el tiempo vas comprendiéndolo todo, ella, por ejemplo, murió de un fallo cardiaco, vamos, con lo vieja que era, lo raro es que no le hubiera ocurrido antes, haciendo la comida: su única preocupación era ésa, que su hijo apagara el fuego.
>> Otros, cuando toman conciencia de que se apagan definitivamente, aunque hayan pasado unas horas desde que el médico haya firmado el parte de defunción, te piden cosas que saben que será la última vez que lleven a cabo: Uno me dijo que era fumador empedernido, y que, aunque se imaginaba que no iba a poder aspirar el humo de un cigarrillo, me pidió que fumara al lado suyo, por si algún hilo de esa niebla penetraba en su nariz; por su tono, creo que con ello se conformaba, como una auténtica última voluntad.
>> Los he tenido más comprometedores. Hubo una vez uno que me dio su usuario y contraseña de correo electrónico para que accediera a él y borrara todos los mensajes que, durante ese último año, había compartido con un joven inmigrante homosexual, así como las evocaciones, que después de los encuentros sexuales, hacían, con mezcla de culpabilidad y chispa. Por nada del mundo quiero, que alguna vez, mi mujer los viera, me dijo, si es que podía aplicarse ese verbo, ya que como te digo, oyes su voz, pero no es ninguna onda sonora como a lo que estamos habituados a oír, simplemente, lo sientes.
>> Si quieres el trabajo, podemos empezar esta tarde, sólo Dios sabe qué nos pedirán.