El recato del otoño homicida:
hojas que crujen – nervaduras
rotas – debajo
del peso de las sombras
(hasta donde la memoria llega
ese rumor es presagio de muerte).
Un beso, llamarada de leves notas,
hacia la piel extinta, se pliega,
como la zarpa hambrienta de la bestia:
un sollozo en la garganta.
Se hace tarde, la dicha no espera,
la luz se ahoga en heridas indolentes.
Y sin embargo, tus labios
siguen siendo la medida de mi cuerpo:
un lento avanzar de aguas
hacia la estepa deshabitada;
un lento rugir de fauces vanas
hacia la noche incandescente.