Te despiertas conmigo, despeinada,
salimos a la calle y ríes
con carcajadas ebrias, sacando tu dedo corazón
a la gente que cuchichea sobre nosotros.
Y vuelves a reír.
Un séquito de meteóricas infamias nos sigue
como cuerpos de ayer – hoy más jóvenes –.
Me cucas tu ojo derecho y entiendo:
tengo que rescatar recuerdos de otros,
traerlos a un presente de donuts rellenos de crema
y quitarles el hierro que los años les han puesto.
Tomamos un café solo corto a media mañana
– hay que recuperar fuerzas –
y al salir del bar, con la sola ropa interior que llevas,
planteas discursos y sátiras
sobre lo bello y la noticia
que no da hoy la prensa.
Al final vuelves a reír; una carcajada
azul esta vez, como el cielo, con ciertos aires de ida,
aflora en tu rostro,
y no haces caso al santurrón que,
con ojos de sapo, te mira incrédulo…
y ya formas parte de mí… seas lo que seas.