Te abrigan las sombras
de las casas de pórticos cerrados
y ventanas
entreabiertas donde
nacen los latidos de la siesta
– rumiando minerales, las gargantas anónimas
y languidecidas, funden roncos sonidos animales -;
Te fijas en el motivo
que los cuadraditos de baldosas policromadas
dibujan en la acera
y, como un reto,
procuras que tus pasos se adecúen
para no pisar las líneas.
Llegas
antes que yo: observas
la decoración de este café
y te asombra su limpieza.
Te acomodas (¿Quiere algo? No,
espero a alguien)
Y aparezco
con la frente de sudor inundada.
He venido por la acera soleada
(¡Error: agosto, en qué pensaba!)
Eso sí
procurando no pisar las líneas
que los cuadraditos de baldosas policromadas
dibujan en la acera.