Fernando contra Fernando.

Fernando probó suerte en la lotería una sola vez en su vida, y no ganó el primer premio, pero sí un pellizco que le permitió comprar lo que siempre había soñado, un pequeño cortijo en las afueras de la ciudad, no muy lejos, y un Citroën 2CV a un viejecito por un buen precio. Pese a todo, la cuantía del premio no le permitió dejar de trabajar, y es que, en parte, no quería, le gustaba su trabajo y mantener su economía saneada.

Llevaba una vida perfectamente comedida, no cometía excesos con la comida –principalmente la cantidad de sal en la misma, llevaba marcado a fuego la imagen de su madre repitiéndole que no se excediera con ella -, no fumaba, prácticamente no bebía, y, lo más inusual hoy día, desde el domingo al viernes por la tarde, se acostaba temprano, muy temprano, esos cinco días los dedicaba exclusivamente al trabajo cuando estaba en él, y a prepararse, descansando, relajándose, centrándose en el mismo, cuando salía de él.

Aparte de las salidas de fin de semana, siempre con su fin a una hora moderada, su único desvarío era coger el mediodía del domingo el 2CV e ir a propósito a la ciudad al bar de tapas al que toda la vida había ido. Aparcar mal esos veinte minutos, pasos de peatones, reservados para minusválidos: era su pequeña travesura semanal; y volver a casa para comer, remirándose un poco más que lo habitual, y volver, en cuerpo y alma, a los cinco días laborales de rigor.

Martín, el camarero de dicho bar, siempre lo saludaba e iba a darle la mano al entrar, y hacía alguna broma con el viejo coche, qué Fernando, ¿te has comprado ya el kit de asesino en serie doscaballesco, ya sabes, un saco de cal y una pala? ja ja, reía Martín, y le ponía lo de todos los domingos.

Sólo tenía un tercer capricho, aparte del cortijo, pequeño, y el 2CV, que convivía con su coche de siempre, el que cogía a diario para ir al trabajo, tenía una cierta pasión por los perfumes, pero ganaba la partida su perspectiva económica. Tenía dos o tres de diario, de ésos de clase media-baja, y uno muy bueno, que sólo usaba en bodas, algunos sábados y fechas señaladas.

Una mañana, tras levantarse, y, como un rito, desayunar equilibradamente, al ir al baño a ducharse para salir hacia el trabajo, le pareció que el perfume bueno había bajado, recordó cuándo lo usó por última vez y le pareció extraño.

El episodio se repitió a las semanas, y se preguntó cómo era posible. También le extrañaba que últimamente, a media mañana en el trabajo se sentía cansado, extrañamente abatido teniendo en cuenta la vida de dedicación al trabajo que estilaba. Lo comentó ese domingo con Martín, y le dijo, a ver si vas a ser sonámbulo, o a lo mejor tienes un fantasma en el cortijo que gusta de tu perfume. Ja ja, rió ácidamente. A lo que añadió, grábate con una cámara por la noche. Ja ja.

La propuesta le pareció interesante, y se hizo con una pequeña cámara que, sin mucha calidad, podía almacenar todas las horas de descanso. Hizo la grabación un martes, pero hasta el sábado no la vio. Se sentó a primera hora de la mañana procediendo a verla, y cuando el reloj de su reproductor marcaba 4 horas desde el inicio, observó cómo se levantaba de la cama, debido a que esa noche dejó una pequeña luz ambiental en el dormitorio, y no volvía hasta 3 horas después.

Aquel sábado no salió a cenar, y le costó conciliar el sueño. El domingo se levantó tarde, y, pese a la preocupación que le rondaba, se dispuso a ir a su visita dominical. Al abrir la puerta del garaje y aproximarse al coche, observó que la puerta del maletero no estaba bien cerrada, encajaba mal. Nunca lo había usado, solía transportarlo todo, la compra para la semana… todo, en su coche de uso ordinario. La abrió para cerrarla bien y no pudo evitar ver su interior: una pala, un saco de cal, una cuerda de nailon y un cuchillo ensangrentado.

Lo cogió todo y lo dejó escondido para luego deshacerse de ello. Arrancó, llegó al sitio de siempre, ocupó parte de un paso de peatones y un aparcamiento de minusválidos, cuando podía haber evitado una de las dos cosas, y entró al bar; esta vez fue él quien se acercó a Martín, ¿lo de siempre? No, contestó, hoy a lo grande, buen vino, y no te lleves la botella muy lejos, me siento bien, fuerte, más joven que nunca… hay que celebrarlo; ja ja, río yo hoy. Ja ja.

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