Uno de ellos…

La memoria del Universo desde el día en que
el tiempo echó a andar – al tiempo, me consta,
que le quitaron las dos ruedecillas de los lados,
al tiempo, se entiende, como las bicicletas de los críos -;

Y el tiempo, que tiene mucho que decir en la vida,
quiere
que cuando hace tiempo que no sé de él
ni él de mí,
es como si el tiempo no hubiera pasado
o hubiera pasado todo y nada
y nada y todo;
en el recuentro.

Y entonces
el tiempo – como siempre, el tiempo -,
se detiene, se hielan los segundos en el vientre del tiempo,
y ocurre, y acaece
que como el sonido lanzado desde el abismo de un volcán,
que recupera los años de silencio,
dice – porque no grita, es, simplemente su voz,
la idea de todas las voces en el mundo de las ideas -:

Viejo, a mis brazos

Y todo tiene sentido:
ese sábado noche en los sitios de siempre;
algún paseo por la ribera del río, cuyas aguas
nos recuerdan que lo pasado no volverá;
o ese email mediada la semana
por el que sabes
que todo sigue igual
y que somos medianamente felices
y que no merece la pena quejarse.

Y todo este poema es él
mi amigo Fernando Kubala
diciendo Viejo, a mis brazos,
y esa sensación de que la amistad es desentendida
y que por mucho tiempo que pase
entre dos encuentros,
nada se ha perdido;
al contrario…
ya sabes lo que digo.

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