Me mostró la palma de su mano;
tras la piel casi transparente vislumbré
las cenizas de todos los ocasos, los astros,
los mares… que vio en su vida;
después
la cirugía
del suicida tallada en su muñeca,
– faltó poco -.
El fulgor de tanta belleza debió ser insoportable.
Levanté la vista con la guía
de su brazo
y contemplé sus ojos;
tras ellos la grandeza del universo
flotando entre lágrimas sin forma,
contenidas…
y con voz de otoño
sólo dijo:
soy la suma de mis heridas;
tan sólo.