Camarada…

Yo he de volver a las trincheras,
a esos surcos en la tierra hechos del orgullo
humano,
a rescatarte del olvido;
porque de nombrarte mis uñas están ensangrentadas
y el sol, con sus ráfagas de frío,
ha secado el sudor de mi paciencia.
Intento situarte donde te mereces,
no puedo saber si tu entierro
estuvo a tu altura…
(alguien me dijo… bueno, alguien me dijo…)

Dicen que el mundo
se ha vuelto gris; yo
no me canso, de poner mi voz
al servicio de la ironía; de quitarle
hierro al asunto y al mundo
para que nada me haga daño.
Y sin embrago, si no gris,
al menos algo deslucido, veo
cada amanecer de camino al trabajo.

Y me armo de oficio y de sonrisas;
mas, a veces, lloro por dentro.

Algún día me acompañarás en la jornada
en vez de quedarte en el espejo
como cada mañana; camarada.

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