
La voz quebrada Me rodean los brazos de esta tarde con suaves guantes de lana dorada oigo los orfeones de los rayos de sol con sus reminiscencias de luna: ceniza y grana. Este día esta luz esta atalaya de mis horas; vuelvo la vista: de granito veo mi cuerpo. Miro hacia delante: roja lava. Miro a mi diestra con ojos siniestros, con ojos amarillos; hay otros, la tarde se espesa. Somos cientos flotando en el aire. Hoy callo: rumio el silencio bajando la vista – ¿Quién sabe? -. ¿Estaré naciendo de nuevo, madre? Me sirvo de estos versos para descubrir el mundo: misterioso, palpitante… Nazco de nuevo; nazco, a cada paso nazco… - Creo en las palabras, en el parir de los ecos: preludio de voces -. También está cansado mi verso y sin embargo renace. ¿Se convertirá mi voz quebrada en timbales: un grito desde el centro del páramo hacia afuera: minando la tarde ? ¿En timbales…? ¿En timbales…? ¡En timbales! La humedad, certera. Las palabras se ahogan: como un ojo cerrado, como un labio cerrado: un beso machito. Somos cientos galopando en la espuma. ¡Hacia Ti tiendo; te busco; atropello los pasos; alcanzo mi sombra; muerdo el aire! A cada golpe de ira a cada paso: ¿callo o grito? ¿Silencio o timbales? Hablo conmigo con los tímpanos rotos de miedo; con los ojos ya huecos de lágrimas; con mis manos gastadas de vértigo. Y callas – o callo, quién sabe -. Me miran los que pasan, por el paseo que hay junto al río, buscándote. Y callas – o callo, quién sabe -. Somos cientos casi hundidos en el agua, ya no sabemos, a ciencia cierta, si algo nos arrastra; los cabellos se enredan uniendo una figura a otra figura, un cadáver a otro cadáver. El hedor debe ser insoportable. El mar espera – o el olvido, quién sabe -: Cuando llegue será tarde. Cuando lleguemos será tarde. Cuando hables será tarde. (El final por principio) Aquí me hallo; tan sólo nos separa una pared delgada. Tú duermes y sueñas con el fuego con que construimos este recuerdo: el recuerdo de una noche de febrero de una revolución cualquiera. Claudico, ya no lucho, acepto una muerte que no es noticia. La cuchilla, al reclamo de mis venas, desciende liviana, aleteo efímero declinando alturas - acrobacias severas, deslucidas, funcionales -, hacia un andamio de rosas contemplando el ocaso. Ardor vivo, siega de tejidos: pieles desmanteladas, venas de las que brota última vida recuerdo de vida primera: nacimiento del fin, augurio, certero, de muerte. Mariposa que se posa en el párpado mudo del cadáver que seré, batir de alas que crea el vacío de un jardín con estatuas adormecidas… vegetación que desaparece. Se oye un ruido: ¡Afuera llueve! Agua, al reclamo de la tierra, desciende liviana… ¡Sólo tengo corazón para el silencio! Se escapa mi sangre por las muñecas, ¿por qué no habrá sido la vida tan cálida como este último fluir, esta espera a que el mundo, ante mis ojos, se desvanezca? Es demasiado silencio el que se funde con esta sangre. Las voces que me siguen, el silencio con que se manifiestan… Será la última vez, esta noche, que te mire, que me sonrías, que te bese… ¿Te acuerdas – te pregunto, ya casi entre sueños – de aquel beso que te robé, o me robaste, o mejor, le robamos al tiempo? ¿No respondes? ¿Por qué? Claro, aún eres vida… y sueñas; ¡Mañana mira, despliega tu vista al alba, al trapecio del cielo! ¡Cielo, tú que aún eres vida, mira! Es la última vez que esas voces me hablen, que me murmuren las luces de la calle con sus palabras y gestos; que los muertos, con un aire de niños, me pidan - ¡a mí! – el silencio. Es muy triste este exceso de realidad: frente al recuerdo de aquel beso, la imagen de un retrete se va imponiendo. (Presentación de un amor) Indómita, bravía la sombra del tiempo; el telón cae, y en la caída, en el último segundo, el que acaece, el que da sentido a todo, el luminoso tejer de la corona del espacio, queda atrapado en la tela de araña de tus manos bohemias. Musita la palabra última y certera cual música susurrada por la boca de los ciegos, que de no ver, todo nombran en su esencia, sin infamias de formas y colores, sin trazos, sin contornos; sólo el tacto de sus manos que ahora se hace palabra… y haces eternos los amores y sus causas, celeste el cielo, hondo el abismo en que sucumbe el viento que nace del iris de tu calma… y todo cesa, y la muerte no es tanta, y cae la noche, y la sombra del tiempo se oculta – indecisa, vacilante – por si no cuentas con ella mañana. (Presentación de un poema: lo que soñé una noche de enero.) Y a esta piedra ¿cómo la llamaré? “Luz… cuando mis lágrimas te alcancen la función de mis ojos ya no será llorar… sino ver” León Felipe. Un hosco silencio, una llama exigua y temerosa, y de fondo, mis palabras secuestradas por el sueño royéndome la podredumbre de los huesos, la sombra de los cuerpos. Tragué el tiempo a grandes bocanadas, desesperado y apremiante; el abatimiento como única injusticia… y comencé a dibujarme… A veces nada importa salvo el enemigo: una idea caduca – vieja y engañosa; pero nuestra -, o una alegoría de sombras que viene del pasado para darnos forma frente al otro y ser así nosotros mismos. Tenía una existencia que construir y un sótano lleno de cadáveres con mi rostro: Viejos cajones entumecidos de polvo, promesa de ácaros insolentes, donde se amontonaban recortes de papel cuadriculado amarillentos, vestigio de una vida y un poemario con que ayudarme a descifrarla. La inconsistencia del misterio me aturdía, miré a los ojos del mundo con los míos: armisticio en las miradas. Pero la horrenda existencia tarareó un vacío de significado… En el último momento, el cielo me lanzó una mirada decidida, delicada, deliciosa. Luchaba entre la oscuridad para llegar hasta mi cuerpo dotándolo de vida; y así, renací como un champiñón nuclear quemando inocentes bellos e insulsos: carnaza para mi odio. Surgió un repiqueteo de martillos alados sobre yunques herrumbrosos, en cuyo trayecto, arrancaban jirones de piel al aire inmóvil; la vertiginosa inmediatez de la bala brillante y pulida a la nuca del inocente: tal para cual. La bala y el inocente era yo: Un cortejo de sombras, de nervios y huesos quebrados. Un destinatario imposible de una llamada invisible. La Voz, en la noche, dijo: Desde sierras más altas caerán las estrellas, nuestras lágrimas, de cobre sucio, brotarán. Y el coro, el fugaz coro, de niños de blanca lengua, con su particular ritornelo: Morirás, y tu sangre formará charcos y barro negro donde desaparecerás. La luz se separó de la sombra con una tenue existencia pastosa, casi polvorienta, como las cenizas de un ser querido que aún no ha sido incinerado. Mi abuela estaba en una esquina tejiendo unos peúcos; me dijo: Serán tuyos, sólo tienes que escuchar a los muertos. I (Vida y obra de un beso. Parte Primera) Ahí está Austen Henry Layard en la antigua Nínive, cerca de Mosul, fumando en pipa. - Yo no sé si fumaba en pipa tantas cosas no sé tantas cosas he hecho añicos antes de saber de ellas…-. Hablarán de él y sus excavaciones - oficio de ir recogiendo fragmentos: nombres que no se ciñen, todavía, a una realidad más placentera, la que por fin se convierte en conocida -: del Poema de Gilgamesh hablarán las arcillas y signos que el viento y el agua no pudieron borrar. ¿Qué vieron sus ojos entre la nube de polvo, qué había entre su pupila y el cálido vacío? De eso no hablarán, yo hablaré: Había un beso antiguo como el tiempo, de los tiempos de los dioses de esa tierra, de los tiempos de los héroes de esa tierra, un beso – enterrado y oculto -: perfecto. Durante la excavación, hubo un ruido, un exabrupto de las entrañas del suelo: la tierra, la cálida tierra tomó forma de nube, se erigió por encima de ellos; a Austen Henry Layard se le cayó la pipa - yo no sé si se le cayó la pipa tantas cosas no sé tantas cosas he hecho añicos antes de saber de ellas…-. De la tierra descorchada surgió un beso deslumbrante: ascendió, con la ferocidad del azufre inmerso en fuego, al espacio sideral. Nadie recordaría este suceso. - Yo no sé si nadie recordaría este suceso tantas cosas no sé tantas cosas he hecho añicos antes de saber de ellas…-. El caso es que callaron. II (Retrospectiva Primera.) Donde tú comienzas nace la vida inconsolable como la luna; donde llegaron mis palabras acudirían después mis manos ávidas de cálidas humedades de diálogo con mi semejante: y hablamos; dentro del espacio y del tiempo del espacio y del tiempo; y hablamos; y pusimos nuestro propio nombre a cosas cotidianas a las que otros, por dejadez o distanciamiento, olvidaron. III (Palabras) Las palabras salidas de mi boca fueron un niño un día, luego un atardecer gélido y cortante como la idea no expresada: ésa que corroe como el cáncer, y luego sangre y silencio siempre sangre y silencio. IV (Lo que entre lágrimas me dije un día.) Cuando huyo a mi caverna y el viento me sigue y ulula y silba y resuena y me da órdenes confusas y los gritos se hacen golpes en el interior de mi cabeza entonces muerdo y lloro y esculpo figuras en el tiempo y rindo homenaje al principio a la conciencia a la locura y me oculto para no ser visto por los hombres. Yo era así antes de mi nacimiento, cuando aún no había carne, cuando aún no había mundo, sólo silencio sólo llanto contenido sólo silencio. V (Lo que los muertos me dijeron que diría.) A veces me hallo solo, muerto de principios obsoletos; de lágrimas que engendran niños: silentes mudos reservados, callados, con el pavor y el temor en sus gargantas. Quietos; es la avenida la que corre hacia ellos y se encogen en una posición de defensa tantas veces ensayada para aplacar el miedo - forma humana, silueta de lo humano en el desierto; cierran los ojos, se hace la noche, fría, negra, sin luz ni firmamento -. Trompetas, timbales, banda sonora de sus días; banda sonora de sus noches: silencio: la carne en silencio. VI (Presagio) Frente al mar, cifra primera envuelta en espuma, hay un niño: la luz que tuvieron sus ojos, ahora henchidos de melancolía, se apaga. La resaca arrastra hacia sus adentros su alma. El inmenso cristal no es nada. La inmensa lágrima quedará bajo cientos – ¡miles! – de soles sin luz, con fuego, sólo fuego, que abrasan su cuerpo. Se extienden versos y silencio con una certeza geométrica: Heridas hay que no cierran. Tristeza y salitre en el viento. VII (Lo que la luz de una farola decía) Ansiarán verdades, puntos de apoyo, códices, esquirlas de luz, aguas tranquilas, sabios consejos de seres queridos, enseñanzas… pero sus pechos quedarán calcinados al solo contacto con el prójimo: palabras entre algodones palabras como lamento carne entre algodones lágrimas en silencio. VIII (Vida y obra de un beso. Parte segunda) Ahí está Vladímir Mijáilovich Komarov fumando en pipa - yo no sé si fumaba en pipa tantas cosas no sé tantas cosas he hecho añicos antes de saber de ellas…-. Es 23 de abril de 1967 y se huele a tabaco de pipa. La nave Soyuz 1 parte, este día, con él – y su pipa -, hacía una muerte segura. ¿Qué vieron sus ojos en medio de ese mar negro, qué había entre su pupila y el gélido vacío? Laberintos llenos de preguntas sin respuesta, segundos incuestionables, espacio impensable, negro duelo en el abandono del cielo negro; y de fondo, con la precisión de un eclipse, sin saberlo nadie, en la trayectoria de la nave, un beso. ¿Qué sucedió en las ocasiones en que la Soyuz 1 estuvo en el lado nocturno - nocturno entre las sombras -, de la Tierra? Tres viajes sin espacio ni tiempo en un espacio y tiempo inexistente, al abrigo del beso; tres lecciones - ¿Acaso un correr y descorrer de telones sin escenario ni bastidores? -, que Vladímir Mijáilovich aprendería antes de morir. Dormitan las estrellas, húmedas de calidades siderales; la universalidad de sus brillos, cátedra en ese instante del encadenado a la razón que, rompiendo sus cadenas, fluye, entre candelas que destellan de ojos para adentro. Déjate caer en los brazos del sueño - dice el beso -, vamos lejos, muy lejos... a tus adentros, hasta este momento dormido: éxtasis y angustia desde ahora. Buscarás sin miedo a encontrar, sin miedo a perder. Quiebra la infalible geometría de lo conocido; ahora incertidumbre - espera un poco, en ese instante de fuego y mil caras y mil aristas… cesa el deseo, ¿lo oyes? -. Detén tu paso, la urgencia se transforma en ritmo, un ritmo lento que, mirando el cielo ve tu cielo; el horizonte se detiene, contenido en éter y espejo. Tu figura se desvanece y sólo queda, siempre imposible, a lo lejos, la verdad que aflora cuando se mira a los ojos del tiempo helado, vacío y quieto. Plétora de instantes que desde el recuerdo vienen a dar forma a la imagen que reflecta ese espejo… espejo eres, también, ante los ojos del tiempo inmóvil, vano y gélido. Sólo tiene miedo del vacío, del estar solo – al cobijo del soliloquio sin rival, - soledad, ¿qué esperabas? -, quien ante el espejo se muestra y éste - palabra última: auténtica -, proyecta lo que no se quiso ser. Cuánta vida has creado tras tus ojos y todo era mentira – bostezabas… ah, el tedio, te creías; te lo aclaro: no hay duda ni epitafio que lo desmienta –: Hasta ahora, todo mentira… hasta ahora. Ahora vuelves a ser agua enroscada al barro de tu forma, nada importa, hasta la memoria cesa; custodian los álamos el camino y tú, paso a paso, te conviertes, ahora sí, en polvo; la luz declina, y aun así te ciega: ya no hay máscara. IX (Pegaso) Vladímir - dijo el beso -, es Pegaso. Aquí conocerás el amor. Surge de un simple golpe de los cascos de un caballo que hace brotar una fuente – naufragio y calma -; como el agua de ésta el amor se adapta a su continente, quema, da astros y rosas: pétalos cerrados, olvido de sí mismo en un tiempo que no es tiempo, ni a las leyes del tiempo obedece. Vence las dificultades crece, decrece, crece… inflama la candela de los vientos: alegría de los seres; A la luz del olvido vuelve, vuelve de entre las sombras: Un canto leve, algo que no fue, es; y siendo, desconocemos si será. A veces la ceniza de un amor imposible da forma a la travesía por la que pasean las quimeras. A veces una mirada a medio camino, una caricia turbia, silenciosa y vacía, es la palabra de una lengua antigua como el mundo. Descífrala. X (Hércules) Vladímir - dijo el beso - aquí, en Hércules, conocerás la despedida. No vale aferrarse; como él, la sola consideración de Zeus te puede arrancar de la Tierra y situarte en las estrellas. Verás cuáles son tus serpientes y manzanas - ¡siempre hay serpientes y manzanas! En todos los mitos, en todos los mundos: Serpientes y manzanas. La despedida en la que algo empieza porque algo acaba. Puede ser en un andén con trenes oxidados, pesados y oscuros; con álamos imaginarios que escoltan los raíles; con humo - postal cenicienta sin destinatario -: Corta y fugaz, con o sin una lágrima indecisa o un abrazo entre dos sombras; puede ser un enorme vacío en que, las arañas y el tiempo, han tejido recuerdos que sólo serán recuerdos. O en una habitación donde el alba lucha por abrirse paso una mañana de invierno - quizás con música de fondo o en silencio -. Quizás con un última mirada que sugiere lo que se ha andado: Eso queda ahí, intentan decirse, en la oquedad entre un segundo y el siguiente cuando fueron camino en vez de cuerpos pisando el crepitar de las hojas ya muertas, antes verdes. Sollozando mirando al horizonte perdido que no es más que una ventana entreabierta. Puede ser lenta: aferrase al minuto que aún queda; al ángulo con que se miran: a las manos, que fundidas, se separan... y ese paso - primero y último - hacia la puerta. XI (Lira) Estamos en Lira, Vladímir. Conocerás aquí la auténtica tristeza. ¿Oyes las liras? La tristeza es mirar atrás cuando delante no hay nada y detrás menos que nada. Cuando digas ya huyo de un mundo conocido hacia otro que no es, clavado en sueño. Y tu brazo, ensangrentado - piedra primera en sangre, alta orilla te despide hacía la nada oscura –, se alce en el aire: adiós amor, y vida. ¡No estés triste! ¡Nada queda que la lluvia y el viento no tarden en dar muerte un millón de años! No estés triste. Estar triste es mirar atrás. Cierra la puerta del mundo, queda fuera. Fuera no hay nada: el tiempo es mentira; la distancia, de eterna, es nada… ¡sal de la que ha sido tu casa! No estés triste. Estar triste es mirar atrás. No mires atrás. Nunca. Orfeo miró atrás, dudo, miró atrás, Eurídice se esfumó como la niebla a lo largo de la mañana. ¿De qué sirve, entonces, una mirada sin objeto? No hay ya sujeto ni objeto, ni caminante ni camino, la auténtica tristeza es no admitirlo. XII (Fin de un viaje) Vladímir Mijáilovich Komarov murió el 24 de abril de 1967. El beso buscó una ciudad donde descansar Soy beso, no cuerpo, me quedaré aquí, oculto: perfecto; hasta que dos labios, azarosos y sin saberlo – sabiéndolo – sellen sus carnes, y le roben - me roben -, un beso al tiempo. XIII (Lo que un muerto estaba recitando.) Alguna vez el cielo dejará de ser alto e inalcanzable como la cátedra de los héroes pero siempre sabrán que no les pertenece por origen y forma por clase y credo y serán siempre lo mismo: una mala jugada unas cartas mal barajadas un juego de imposibles un espumarajo en la boca un cuerpo hendido, vencido, que se encorva hacia el suelo cerrarán los ojos y sólo verán carne en silencio. XIV (Presentación de una noche.) Todo sucede en una noche, porque en la oscuridad conviven las magnánimas metafísicas - ¿qué es la felicidad? -; las verdades nunca dichas – un espacio fuera del tiempo -; las mentiras de siempre – un alfabeto de sombras que desmorona el ánimo -. Y surgen del subconsciente de un pueblo, de una cultura: de un hombre – si hiciera falta, de un solo hombre si hiciera falta - los elementos necesarios para que el mundo se desdibuje en sangre y silencio: Unos seres recién estrenados por el tiempo, niños, criaturas de un ciclo, que por siempre será el mismo; unas luciérnagas que iluminan el camino; la noche, su espesura; una copa de vino en la noche y su espesura; unos ojos amigos, de una mujer que es pretexto para esta – su – vida. XI Noche, nocturna noche. I Es de noche, están las estrellas que robaron la luz del día, en la soledad más púrpura. Hay mandíbulas desencajadas lacerando el aire con sucedáneos de palabras. Hay termitas royendo, pensativas, mi cama. El cielo adiestra las sombras que lanzará desde sus minas, desde las atalayas de cometas pasajeros, desde manantiales de ceniza, hasta cubrir de cinc a sus criaturas. Las iglesias, vacías; sus cirios, apagados; y deambulan lo que queda de los muertos por los camposantos: lentos, sucios, ateridos, con llagas en las manos; y una hendidura en los labios donde la guadaña tejió el silencio. Es el miedo a la noche es el miedo a la muerte… es el miedo. II Me despertó la madrugada con un fuego de magnesio herido con una voz colgada del cielo con una serpiente enroscada en el tiempo. La madrugada, llega de árboles, y un viento gris lastimando sus ramas: una impronta de sueño en la roca, la humedad en los dedos de la nada. Me despertó la madrugada con su zarpa de acero callado desgajando cuerpos y segundos. Almas quietas, pesadas, cobrizas, como el polvo – promesa de olvido – sobre el cadáver del mundo. Las estrellas se apagaron al rugir la madrugada: la monstruosa noche con granito ahogado, el grito ahogado ahogando la claridad que aún quedaba; y la música – de cuerdas con llagas, de viento magullado – que se perdía por entre los muertos; y el ladrido de un perro - la angustia de sus colmillos amarillos -, brotaba, a lo lejos, preso de noche, de ingrávida noche; de muerte, de telúrica muerte, de niños con los ojos vacíos: de miedo. XVI (En el duermevela de una noche anterior.) ¿Un paisaje? Un páramo de nieve tapizado; unas nubes cobardes, informes - un abecedario de obsolescencias previsibles -, descargando orín de perros ciegos, emprendiendo la huída hacia el olvido; y un rayo, de injusticia poseído; de palabra perversa, de insulto: una luz artificial de confusión primera… Sangre, que acude al surco de la tierra, perdiendo el rastro de sí misma. Cubierta en sombra: silogismos que abrazan la desdicha. Y yo, en una orilla, muerto, sin muerte ni epitafio: ¡Sólo muerto: Sangre, silencio! XVII (Retrospectiva Segunda.) En un acto de soberbia te quise: el amor más humilde jamás pintado en un lienzo sobre las nubes sobre la roca sobre el paisaje que la vida conforma. Nuestros cuerpos se fundieron: vapor, alba al unísono, sin temores, sin pudor, sin ruido – de cosas innecesarias –; Y por un día la tristeza se batiría en retirada. ¿Habéis oído, niños? XVIII (Retrospectiva tercera.) Y crecen en nuestras bocas las palabras, avanza la tarde hacia la noche, hacia la sombra que te hará nítida; mensajera, tu palabra acaba en sí misma: venidera; te hará clara y visible en la noche y en la muerte tú que fuiste cielo. Yo, perdido entre los ecos, bosques que esconden negro duelo: labios mudos: sangre: silencio. Teje la araña su consuelo, su trampa, la prolongación de su certeza, y todos los que somos, sin saberlo, laboriosos también, vamos añadiendo otro ladrillo al muro para alejarnos más de lo que somos. Y quedamos encerrados en él, en este cuadrilátero de tormento, cada vez más desposeídos de tiempo y añoranzas; cada vez más esclavos del tedio y del hábito que engendra: hundirse poco a poco en un lago de sangre y silencio. Y el frío te invade, y tiritan los tuétanos. XIX (Lo que muerto decía mirando a su perro.) Hay un niño, que entre los niños, duerme. Sé que sueña con soñar otro anhelo pero que sus noches son púrpuras y en ellas se huele a invierno: un invierno ciego que nada deja crecer, un dolor inmenso, un hombre sin rostro, una nieve turbia que oscurece el paisaje, unos dioses desentendidos de la carne. Veo en vuestros ojos cargados de miedo, sangre y silencio. Un tiempo sin palabras, sin gestos, un olvido consciente y lejano, un tronco calcinado en el centro del pecho. Un silencio amortiguado por cenizas, una sangre que acude a su muerte, a la deshora y al destiempo para dar su último verso - antes de que se deshilvane la noche y llegue el día -: sangre y silencio. XX (Luciérnaga.) Al otro lado del cristal sigo persigo el lado del cristal opuesto opongo la memoria al olvido y bebo en la copa de cielo de tu vino de la noche y su espesura; al otro lado del cristal sigo persigo el lado del cristal opuesto; en la dilación de los segundos espero que la luz se vacíe en nuestros cuerpos: dos luciérnagas sobrevolando el vino de la copa de cielo; se apresura a llegar el segundo en que el cristal quiebre en mil fragmentos y el olvido sea sólo un pretexto para ignorar tu nombre y tu sonrisa; y decir: ¿cómo te llamas, oh luciérnaga, te conozco? Creo que te he visto sobrevolando una copa de vino; y relucías en la noche y su espesura… - Y en eso, llegan a casa, él abre la puerta y le dice: tú primero -. (Epílogo.) Muero para volver a ser un niño - ser niño y no ser pasado: éxtasis y angustia -, para ver lo que queda de aquella retina inocente tras la vegetación de la memoria ignota… El tiempo es ya sólo sueño, los muertos tocan a mi puerta, hacen suyas las palabras del mundo, las del miedo: A veces carne, sangre y silencio. O sólo sangre y silencio. Disyuntiva entre dos semejantes: O únicamente silencio; ellos me empujan fuera del tiempo, sí, más bien así, vuelvo, trato de volver al beso que te robé, al silencio; si el tiempo volviera atrás, a un tiempo de silencio: ¡No hubiera cerrado los ojos!